Es una de las historias de amor más legendarias de México. Se trata del mítico y épico romance de Popocatépetl e Iztaccíhuatl, quienes dieron sus nombres a los volcanes que no sólo forman parte esencial del paisaje del valle de México, sino que además fueron mudos testigos y escenario de uno de los episodios del proceso fundacional de la nación, la Conquista, hace 500 años. Texto por Luis Felipe Brice

En 1519, luego del desembarco en las playas de Veracruz con destino a Tenochtitlan, Hernán Cortés y sus hombres cruzaron entre el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl divisando, desde lo que ahora se conoce como Paso de Cortés, el esplendoroso valle de Anáhuac. 

El propio conquistador, en una de sus cartas de relación dirigidas a su jefe en España, el emperador Carlos V, cuenta que “a ocho leguas de esta ciudad de Churultecal están dos sierras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen tanta nieve, que otra cosa de lo alto de ellas sino la nieve se parece; y de la una, que es la más alta, sale muchas veces, así de día como de noche, tan grande bulto de humo como una gran casa, y sube encima de las sierras hasta las nubes, tan derecho como una vira, que según parece es tanta la fuerza con que sale, que aunque arriba en la sierra anda siempre muy recio viento, no lo puede torcer…”.

La descripción de Cortés corresponde con la de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, “cerro que humea” y “mujer blanca”, respectivamente, en náhuatl.

Un relato, distintas versiones

De acuerdo con la tradición oral proveniente de la época prehispánica, la leyenda de Popocatépetl e Iztaccíhuatl tiene distintas versiones. Según el relato básico, había una vez en un reino del valle de Anáhuac una bella princesa llamada Iztaccíhuatl, quien estaba profundamente enamorada de un apuesto y valiente guerrero que poseía el nombre de Popocatépetl y correspondía con ese amor. 

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Él partió para combatir en una guerra y ella se quedó esperando su regreso para casarse. Pasado un tiempo, del frente de batalla llegó la funesta noticia de que Popocatépetl había caído en combate. Al enterarse, Iztaccíhuatl cayó en una tristeza tan honda que provocó su muerte.

El guerrero volvió victorioso y, al saber del fallecimiento de su amada, enloqueció de pena. Cargó en sus brazos el cuerpo inerte de la princesa, lo llevó hasta un paraje alejado y lo tendió en el suelo, quedándose a su lado para velarlo.

Hasta aquí el relato podría ser el de un hecho ocurrido en la realidad. Se convierte en mito cuando se añade que, por designio de los dioses, el cuerpo tendido de Iztaccíhuatl se transformó en un volcán dormido y apagado, y el de Popocatépetl en un volcán que lanzaba fuego y humo en señal de que estaba despierto, vigilando por siempre el sueño eterno de su amada. 

Existe la versión de que el padre de Iztaccíhuatl era Tezozómoc, rey de los tepanecas, cuya principal ciudad era Azcapotzalco, en guerra con los mexicas. El gobernante envió a Popocatépetl con la misión de derrocarlos y la promesa de que si volvía triunfante, le concedería la mano de la princesa. 

Ilustración: Kamui Gomasio.
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Tezozómoc creía que el guerrero moriría en el intento, pues no lo quería como yerno. Hizo creer a su hija que su amado había perecido en combate y ella murió de tristeza. Cuando Popocatépetl retornó victorioso y se enteró del fallecimiento de Iztaccíhuatl, también se dejó morir por la aflicción. Para inmortalizar esta historia de amor, los dioses asimismo los convirtieron en dos hermosas montañas cubiertas de nieve.

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Otra variante de esta leyenda es que, desde el frente enemigo, se engañó a Popocatépetl, haciéndole creer que Iztaccíhuatl había muerto para obligarlo a volver y así retirarlo de la contienda. Además, existe la versión de que Tezozómoc quería ofrecer en sacrificio a los dioses a Iztaccíhuatl, la más bella de sus hijas, pero al resistirse ella a tal destino por querer consumar su amor con Popocatépetl, el rey lo envió a la guerra.

Aprovechando su ausencia ordenó a un hechicero que convirtiera a la princesa en una montaña de nieve. Al regresar del frente de batalla, el gran guerrero invocó un conjuro para convertirse él también en un monte nevado junto a ella.

Una variación con tintes épicos es que, al impedir que sacrificaran a su amada, Popocatépetl huyó con ella para ponerla a salvo. Por órdenes de Tezozómoc fueron perseguidos y ella resultó herida de muerte. El guerrero continuó la escapatoria con el cadáver en brazos hasta un paraje donde lo colocó sobre el suelo para velarlo. Transcurrido el tiempo, las formaciones montañosas y la nieve cubrieron sus cuerpos.

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Según otra versión, Popocatépetl mandó construir tres pirámides para la princesa fallecida y una para él, las cuales se convertirían en los dos volcanes por designio de los dioses. Una variante al respecto es que el guerrero levantó un monumento funerario para enterrar a su amada y se quedó velándola hasta que él mismo pereció. 

En otras versiones entra un tercero en discordia que rivaliza con Popocatépetl por el amor de la bella Iztaccíhuatl. En una de esas variaciones se involucra a Xinantécatl, convertido por igual en volcán y mejor conocido en nuestros días como el Nevado de Toluca, también un sitio esencial del milenario paisaje mexicano.

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Publicación original revista Muy Interesante México 2020.

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