Respecto a las plantas, es cierto que todas realizan la fotosíntesis, aunque algunas complementan esa función autótrofa con una depredación sobre los animales, como las plantas carnívoras. Estas son ejemplo evidente de que algunas plantas sí pueden moverse, o al menos algunas de sus partes.

En realidad, todas las plantas tienen la capacidad de mover parte de su cuerpo en función de estímulos externos como el contacto, la luz o la gravedad. Este tipo de movimientos se denomina nastia —movimientos puntuales, como la hoja del árbol Mimosa pudica, que se cierra al contacto y se vuelve a abrir— o tropismos —movimientos continuos y prolongados, como las hojas de una planta buscando el sol—. Pero, si hay algo que hacen los animales y no las plantas es desplazarse, ¿no?

Pues tampoco.

Las plantas que se desplazan

Como pasaba con el movimiento, todas las plantas pueden desplazarse por el espacio en algún momento de su ciclo vital: cuando están en forma de fruto o de semilla. Lo que pasa es que no lo hacen de forma voluntaria ni dirigida, sino que son desplazadas por otros factores, generalmente, el viento, el agua o algún animal.

Las sámaras de arce —esos frutos que, cuando caen, parecen helicópteros— o las semillas del chopo —que recuerdan a pelusas— se desplazan por la acción del viento, algo que se denomina anemocoria. Una de las semillas que mejor representa el transporte por el agua, o hidrocoria, es el coco, que coloniza nuevas islas arrastrado por las corrientes marinas. Respecto al transporte por animales, hay frutos, como los abrojos o las bardanas, que se adhieren al pelaje y caen a cierta distancia de la planta madre. Otros cuyas semillas resisten el paso por el tracto digestivo del animal que las come, y son depositadas con las heces. Estos dos procesos se denominan exozoocoria —el externo— y endozoocoria —el interno—.

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Pero además hay plantas que aprovechan este tipo de factores, no para transportar sus frutos, sino para transportar a la planta entera o a un fragmento suyo, para que pueda arraigar en otro lugar.

Los estepicursores —también llamados plantas rodadoras—, se secan, y en ese estado, más ligeros, son desplazados rodando por el suelo gracias a la acción del viento, atravesando estepas y desiertos hasta ser depositados en algún lugar con agua donde rehidratarse y volver a arraigar. Otras plantas, como el azotalenguas (Galium aparine) cuenta con diminutos ganchos a lo largo del tallo y hojas, que se adhieren al pelaje de los animales de forma similar al velcro. Cuando un animal roza la planta, una parte o su totalidad es arrancada y transportada, hasta que cae al suelo y vuelve a arraigar.

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