Al disminuir la cantidad de clorofila, pigmentos como los carotenoides y flavonoides, siempre presentes en las hojas, pero ocultos por la clorofila, salen a la luz. Dichos compuestos contribuyen al color amarillento de las hojas. Una subclase de carotenoides, las xantofilas, como las luteínas, son también las que dan color al amarillo de la yema de los huevos. Otros carotenoides, como los betacarotenos, responsables de absorber longitudes de onda del verde y el azul, dan un color anaranjado a las hojas, además de a las  zanahorias. Aunque los carotenoides empiecen a degradarse al mismo tiempo que las clorofilas, lo hacen más lentamente, incluso en hojas caídas se pueden encontrar grandes cantidades de estos pigmentos.

Por último, las antocianinas, que aportan color rojo, púrpura o azul a las hojas, flores y frutos, como las moras o los arándanos. A diferencia de las anteriores, son pigmentos que se empiezan a sintetizar a principios de otoño, activados por la alta concentración de azúcares en las hojas y la luz solar. Su función biológica aún no está clara y ha generado mucho debate en la comunidad científica. Algunas de las hipótesis sugeridas son: la protección de los cloroplastos de los efectos adversos del exceso de luz; la atenuación de la radiación UV-B; y una actividad antioxidante. Sin embargo, el papel de estos pigmentos varía mucho entre distintas especies de plantas y de hecho, ninguna de estas hipótesis explica adecuadamente la variación en los patrones espaciales y temporales de producción de antocianinas.

Ahora que ya puedes poner nombre a los diferentes compuestos bioquímicos que ves en las hojas, es hora de disfrutar de un buen paseo otoñal, una época que dura demasiado poco.

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