El permafrost es un área congelada de unos 23 millones de kilómetros cuadrados situada en el hemisferio norte. La mayor parte del permafrost del Ártico tiene una antigüedad de hasta un millón de años y generalmente cuanto más profundo, más antiguo es.

El cambio climático está haciendo que el Ártico se caliente más rápidamente que el resto del planeta y se estima que hasta dos tercios del permafrost cercano a la superficie podría desaparecer de aquí a 2100. Esta capa helada ha albergado durante milenios una amplia gama de compuestos químicos, ya sea a través de procesos naturales, accidentes o almacenamiento deliberado. Con el deshielo podrían salir a la superficie, además de liberarse gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono y el metano.

Un nuevo estudio ha concluido que las implicaciones de la disminución del permafrost podrían ser mucho más generalizadas, con potencial para la liberación de bacterias, virus desconocidos, desechos nucleares, radiación, y otras sustancias químicas preocupantes.

El documento describe cómo el permafrost profundo, que está a más de tres metros, es uno de los pocos ambientes de la Tierra que no ha estado expuesto a los antibióticos modernos. Se ha descubierto que más de 100 microorganismos presentes en el permafrost profundo de Siberia son resistentes a estos medicamentos. A medida que se derrite el permafrost, existe la posibilidad de que estas bacterias se mezclen con el agua de deshielo y creen nuevas cepas resistentes a los antibióticos.

Otro riesgo que han encontrado los investigadores es el de los subproductos de los combustibles fósiles, que han ido introduciéndose en el permafrost desde el comienzo de la revolución industrial. El Ártico también contiene depósitos de metales naturales, incluidos arsénico, mercurio y níquel, que se han extraído durante décadas y han causado una gran contaminación con materiales de desecho en decenas de millones de hectáreas.

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Los contaminantes y productos químicos ahora prohibidos, como el insecticida dicloro-difenil-tricloroetano, DDT, que fueron transportados al Ártico de forma atmosférica y con el tiempo quedaron atrapados en el permafrost, corren el riesgo de volver a impregnar la atmósfera.

Además, el aumento del flujo de agua significa que los contaminantes pueden dispersarse ampliamente, afectando también a los animales y llegando a la cadena alimentaria humana.

También existe un mayor margen para el transporte de contaminantes, bacterias y virus. Más de 1.000 asentamientos, ya sean proyectos de extracción de recursos, militares y científicos, se han creado en el permafrost durante los últimos 70 años. Eso, junto con la población local, aumenta la probabilidad de contacto accidental o liberación. Los riesgos de los microorganismos y productos químicos emergentes dentro del permafrost son poco conocidos y gran parte de ellos no están cuantificados. Los investigadores afirman que es necesario hacer una investigación más profunda del área para obtener una mejor comprensión de los riesgos y desarrollar estrategias de mitigación.

El autor principal del estudio, Kimberley Miner, del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA, dijo en un comunicado: «Tenemos un conocimiento muy pequeño de qué tipo de extremófilos (microbios que viven en muchas condiciones diferentes durante mucho tiempo) tienen el potencial de volver a emerger. Estos son microbios que han coevolucionado con animales como perezosos gigantes o mamuts, y no tenemos idea de lo que podrían hacer cuando se liberen en nuestros ecosistemas”. «Es importante comprender los impactos secundarios y terciarios de estos cambios terrestres a gran escala, como el deshielo del permafrost. Si bien se han capturado algunos de los peligros asociados con el deshielo de hasta un millón de años de material, estamos muy lejos de poder modelar y predecir exactamente cuándo y dónde sucederán. Esta investigación es fundamental».

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