Sin embargo, si el ambiente no es demasiado frío, los organismos del suelo comienzan a consumir y degradar la hojarasca durante el otoño y el inicio del invierno, dejando las sales minerales libres en el suelo, a disposición de las plantas para ser absorbidas. El problema es que esto sucede durante el invierno, cuando los árboles caducifolios no tienen hojas, ni actividad metabólica alguna, y por lo tanto, son incapaces de reabsorber esos nutrientes.

Las lluvias y precipitaciones invernales pueden provocar la pérdida por escorrentía de esos valiosos nutrientes acumulados en el suelo sin ser aprovechados por la vegetación, y empobreciendo el ecosistema. Pero este problema se soluciona, también, con la marcescencia.

En un bosque marcescente, las sales minerales tan valiosas de la hojarasca se mantienen en las hojas secas, sujetas a los árboles, sin descomponerse, a salvo de la microbiota del suelo. Ya en primavera, cuando las hojas caen al suelo, y por fin los microorganismos descomponedores comienzan su trabajo, las plantas están comenzando a brotar. 

De este modo, los nutrientes son liberados al suelo en el momento óptimo para ser reabsorbidos por la vegetación.

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