Cerealogía extraterrestre

Resulta evidente que, viendo la progresión temporal de los círculos, tras ellos se ocultaba una tomadura de pelo a nivel planetario. Los ‘artistas’ llegaron a niveles de destreza incomparables y que devino en un relativamente próspero negocio: libros y revistas dedicadas exclusivamente a este fenómeno constituyeron parte de él, mientras que los propietarios de las fincas donde aparecían cobraban su entrada. Se crearon sociedades y asociaciones como la británica Centre for Crop Circle Studies y se convocaron congresos con títulos tan llamativos como “Signos del Destino: Círculos del Cereal y Geometría Sagrada”. Ciencia en estado puro.

Sin embargo, ¿puede que existiera un origen distinto para algunos de ellos? Dejando a un lado aventuradas propuestas que no merecen ni el nombre de hipótesis, como extraterrestres o místicas energías druídicas, el primero en proponer una causa natural fue un meteorólogo, Terence Meaden, interesado en anomalías meteorológicas. Según él, los culpables podían ser pequeños vórtices de viento que quedan atrapados al abrigo de una colina y giran alrededor de un punto creando espirales perfectas. Sin embargo cuando empezaron a aparecer círculos más complicados, la hipótesis de Meaden colapsó. Entonces propuso, completamente ad hoc, que podrían tratarse de vórtices de plasma, un fenómeno relacionado a los famosos rayos en bola que el genial Hergé usó en la aventura de Tintín Las 7 bolas de cristal. Semejantes meteduras de pata son clásicas entre los científicos que pretenden encontrar explicaciones antes de asegurarse que el fenómeno existe.

La guerra de los círculos

El problema nada trivial con el que se enfrentaba el meteorólogo era distinguir los círculos genuinos de los falsos. Imposible. Los “hacedores de círculos” reventaron las ilusiones del científico. De este modo, la historia de los círculos derivó a una guerra entre cerearólogos y los grupos de falsificadores, que ya se contaban por docenas y con nombres tan peculiares como Merlín & Co y The Bill Bailey Gang. Uno de los enfrentamientos más famosos sucedió en noviembre de 2000, cuando un programador en paro fue multado por hacer círculos en el maíz. Todo sucedió cuando Matthew Williams, de 29 años, escuchó a un arquitecto reconvertido en cerearólogo, Michael Glickman, afirmar que una estrella de siete puntas que acababa de aparecer en un campo no podía haber sido hecha por manos humanas y, por tanto, habían sido los extraterrestres. Williams, ni corto ni perezoso, marchó una noche al cercano campo de Marlborough y la hizo. Entonces envió una foto vía correo electrónico al “experto” y éste, en lugar de reconocer su error, ¡llamó a la policía!

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Los conspiranoicos no podían faltar

Por supuesto, la CIA no podía quedar fuera del asunto. Al igual que en el tema ovni, los conspiranoicos descubrieron que los servicios de inteligencia norteamericanos estaban detrás de una campaña de desinformación e intoxicación destinada a hundir a aquellos investigadores que luchan por arrojar un poco de luz sobre el misterio. Así, parte de la leyenda dice que uno de los expertos más famosos y que puso nombre al fenómeno, un ingeniero llamado Colin Andrews, afirmó en una entrevista en 1999 que un hombre de la CIA -al menos así se presentó- quiso reclutarle. Ellos le apoyarían en todas sus investigaciones y le mantendrían en la primera plana de los medios. Pero después de unos años debería ofrece una rueda de prensa y decir sólo una cosa: que todo era un fraude. Por supuesto, se negó y desde entonces le estuvieron investigando. En esa entrevista afirmó que importantes cerearólogos, como el mencionado Meaden o Pat Delgado -cuyo libro sobre los círculos se convirtió en un best-seller-, habían sido “sacados de la escena” y hundida su reputación.

Lejos de semejantes paranoias, Andrews propuso hace dos años que los círculos eran provocados por fluctuaciones del campo magnético terrestre. El cereal es “electrocutado” y, en consecuencia, aplastado formando un círculo. Partidario del origen ET del fenómeno, en una conferencia pronunciada en el Madison Square Garden defendió una idea muy del gusto del misticismo actual de Gaia: tras varios años de investigaciones financiadas por la Fundación Rockefeller, se había llegado a la conclusión de que se trataba de una interacción entre la conciencia humana y el medio ambiente; los círculos, al igual que los cambios que vemos en el clima, son parte del signo de nuestros tiempos.

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Ciencia cero, mito uno

Si hay un denominador común a este tipo de “investigaciones” es que jamás se publicaron en una revista científica para que fueran analizadas y diseccionadas por la comunidad científica. Únicamente esto ha sucedido con el biofísico W. C. Levengood, que en 1994 ya publicó un artículo en la revista Physiologia Plantarum donde defendía que había encontrado ciertas anomalías anatómicas en la plantas aplastadas en los círculos. En particular, el tamaño de los nódulos existentes en los tallos es superior al esperado, algo que explica por la absorción de radiación de microondas proveniente de una bola de plasma originada en la ionosfera. Siguiendo esta estela, un físico holandés, Eltjo H. Haselhoff -que trabaja en el departamento de marketing de una empresa dedicada a construir instrumentos de resonancia magnética-, proponía en la misma revista en 2000 que tales anomalías se explicaban mejor suponiendo una fuente puntual electromagnética: un rayo en bola o bola de luz. En definitiva, ambos científicos proponen que estos “estiramientos” de los nódulos han sido originados por el calor desprendido por una fuente de radiación electromagnética. Para ello se basan en testimonios de personas que vieron puntos de luz brillantes sobre los campos donde aparecieron círculos.

Pero el tiempo acaba de poner las cosas en su sitio: los círculos del cereal no fueron otra cosa que una “serpiente de verano”, un tipo de periodismo muy querido por los investigadores de lo paranormal, pues con él consiguen el minuto de gloria que tanto reclaman. Para desgracia de los buscadores de misterios, lo que los círculos del cereal nos han enseñado es hasta dónde puede llegar la credulidad humana.

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Referencias

Delgado, P y Andrews, C. (1998) Circular evidence, Guild Ed.

Taylor, R. (2010) The crop circle evolves, Nature 465, 693, doi.org/10.1038/465693a

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