Así que lo único que podemos afirmar es que se vieron dos luces rojas, no un objeto o un tráfico. Esto puede parecer muy tiquismiquis, pero no estamos ante un mero asunto semántico: al catalogar las luces como ‘objeto’ o como ‘tráfico’ nuestro cerebro empieza a interpretar lo que ve bajo ese prisma, y veremos comportamientos similares a lo que esperamos que haga un avión o una nave: puede seguirnos, alejarse… Fijémonos en la Luna: si caminamos de noche parecerá que nos sigue y si corremos hacia ella veremos que es como si se alejara para mantener la distancia.

Pero como sabemos que es la Luna, no lo interpretamos de esa forma. Ahora cambiemos la Luna por una luz lejana: se comportará exactamente igual que la Luna, pero si creemos estar viendo un ovni, un avión o lo que sea, interpretaremos lo situación como que realmente se está moviendo, cuando en realidad hace lo mismo que la Luna: nada. ¿Nos damos cuenta? En función de lo que creemos estar viendo, de nuestros prejuicios culturales, llegaremos a distintas conclusiones partiendo de la misma observación, haciendo bueno el dicho de “hay que creer para ver”.

Además, también hay que añadir otro inconveniente: sin referencias reconocibles con las que comparar, nadie –ni siquiera un piloto- es capaz de determinar el tamaño y la distancia a la que se encuentra un objeto desconocido. Puede ser un tapacubos a 200 metros o la nave de Independence Day a 100 kilómetros.

Deja un comentario
Mirá También:  El peligro de los remedios ''naturales''

You May Also Like

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *