La mayor parte de los hongos en la cocina tienen su origen en tres fuentes. En primer lugar, los hongos que transportamos en nuestra piel o en nuestras mucosas y que terminan depositados en las superficies que tocamos; ejemplos de esto son hongos comensales de los humanos, como el género Malassezia, o, sorprendentemente, el hongo del cornezuelo del centeno (Claviceps purpurea). En segundo lugar, las tuberías de aguas residuales suelen estar colonizadas por hongos con mayor preferencia por la humedad y el entorno templado. Estos hongos ascienden hasta el desagüe del fregadero —y del lavabo y de la ducha también— y liberan sus esporas desde allí; entre ellos, se encuentran géneros como Exophiala, Fusarium o el patógeno Candida, a veces también presente en las manos.

Pero lo más habitual es que los hongos lleguen desde el aire. Incontables esporas que viajan a la deriva en la atmósfera, y cuando se depositan en un entorno favorable, germinan y se desarrollan. Son los más comunes en las juntas de silicona y las grietas de los muebles, e incluyen géneros como Cladosporium, Cryptococcus o Aspergillus, u hongos que colonizan alimentos, como Penicilium o Rhizobium.

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