A lo largo del año podemos disfrutar de multitud de espectáculos en nuestro cielo nocturno. Desde la luna en sus diferentes fases hasta las ocasionales lluvias de estrellas, pasando por el raro cometa que se acerca lo suficiente a nuestro planeta como para resultar visible durante algunos días o semanas. También, si nos alejamos lo suficiente de las grandes ciudades, podemos disfrutar del firmamento tal cual es, con sus miles de estrellas, los planetas errantes e incluso la silueta de la Vía Láctea. Sin embargo, pocos fenómenos pueden llegar a ser tan raros y espectaculares como la explosión de una supernova. Estas explosiones, si ocurren lo suficientemente cerca, pueden llegar a competir en brillo con la luna llena e incluso ser visibles durante el día.

Antes de seguir refresquemos qué es exactamente una supernova. La vida de una estrella llega a su fin cuando se agota el combustible que la hacía brillar. Esto tardará más o menos tiempo en función de la masa total de la estrella, siendo más corta la vida de las estrellas más masivas, por gastar su combustible a un ritmo mucho mayor. En las estrellas verdaderamente masivas, de al menos 8 o 10 veces la masa del Sol, este proceso empieza cuando se detiene la fusión nuclear del hidrógeno de su interior. Este momento marcará el inicio del fin para la estrella.

Al agotarse el hidrógeno del núcleo, éste se contraerá debido a su propio peso, aumentando con ello la temperatura hasta hacer posible otra vez la fusión de más hidrógeno. Este aumento de la temperatura también hará que se expandan las capas exteriores de la estrella. Tras varias repeticiones de este proceso, en el que cada vez se fusionan elementos más pesados y se expande más el envoltorio de estas estrellas, llegaremos al punto en el que ya no puedan fusionarse más núcleos atómicos. Esto ocurrirá concretamente cuando lleguemos al hierro. Hasta ese momento la fusión de diferentes núcleos para formar otros más ligeros que el hierro desprendía energía, manteniendo a la estrella caliente y funcionando. Sin embargo, al intentar fusionar núcleos de hierro para formar otros más pesados, se absorberá energía. Cuando esto ocurra se producirá un enfriamiento repentino del núcleo de la estrella que traerá consigo la contracción de las capas interiores. Sobre ellas caerán las capas exteriores, mucho más ligeras, rebotando catastróficamente dando lugar a lo que conocemos como explosión de supernova. Durante la explosión se liberará tanta energía, que podrán sintentizarse elementos mucho más pesados que el hierro, como el oro o el uranio. De hecho, el origen de los elementos más pesados de la tabla periódica se debe principalmente a estas explosiones.

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Realmente este proceso que acabo de describir es responsable de un tipo de supernovas, pero el resultado final es el mismo, independientemente de su origen: una explosión tan intensa que rivaliza en luminosidad con la galaxia de la que forma parte.

En las últimas décadas se han detectado, gracias a los telescopios de última generación, miles de supernovas en galaxias vecinas y distintas. Sin embargo, antes de eso ya se observaron varias de estas explosiones a simple vista. Tenemos multitud de registros de astrónomos que hace siglos mencionaron la aparición de nuevas estrellas en el cielo nocturno. En el año 185 d.C. se observó precisamente esto, la aparición de un punto brillante, que titilaba como una estrella y no se movía de noche a noche. En el año 1006 d.C. se observó un suceso similar. Este fue recogido por astrónomos de China, Egipto, Italia, Iraq, Japón y Suiza. Poco después, en el año 1054 d.C. se observó otra supernova, que actualmente consideramos que fue la que creó la Nebulosa del Cangrejo. Esta supernova llegó a ser 4 veces más brillante que Venus (el objeto más brillante del firmamento después del Sol y la Luna) y fue visible durante el día durante más de 3 semanas y de noche durante casi 2 años.

La última de estas explosiones observadas a simple vista tuvo lugar en el año 1604. Esta supernova fue estudiada por Johannes Kepler, gracias al cual utilizamos el término “nova” para referirnos a este tipo de eventos. Desde entonces no se han observado supernovas directamente y todas ellas han necesitado de un telescopio. La pregunta por tanto sería ¿podría repetirse alguna de estas observaciones de hace siglos? Y la respuesta sería sí, sin duda. Se estima que en nuestra galaxia explotan unas 2 supernovas por siglo. Teniendo en cuenta que llevamos sin observar una desde hace más de 4 siglos, parece que ya va tocando.

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Una posible candidata, la cual está siendo constantemente vigilada, es la estrella Betelgeuse, de la constelación de Orión. Esta estrella es una supergigante roja, lo que significa que se encuentra en el estadio final de expansión y calentamiento del núcleo. Puesto que tiene unas 18 veces la masa del Sol y un diámetro 1000 veces mayor, esperaríamos que explotara relativamente pronto. Sin embargo “pronto” no significa lo mismo a escala humana que a escala astronómica. Las predicciones más optimistas predicen que explotará dentro de unos 100000 años, aunque podría durar aún varios millones de años sin explotar. Cuando lo haga, estemos o no vivos para verlo, brillará casi tanto como una luna llena y será visible durante el día. Con el paso de los meses se irá apagando, hasta que el hombro del guerrero Orión desaparezca por completo, convirtiéndose en una enana blanca o tal vez una estrella de neutrones, demasiado tenue para resultar observable a simple vista.

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