Pero a mediados del siglo XVII en los salones sociales de toda Europa empezó a correr un insistente rumor: había una milagrosa medicina contra el ‘mal aire’ en un misterioso lugar llamado Perú. Pocos años después Europa era un hervidero de noticias ensalzando el asombroso poder de la “corteza de los jesuitas”, “el polvo de la condesa” y la “cinchona”. Según la leyenda, doña Francisca Enríquez de Rivera, cuarta condesa de Chinchón y Virreina del Perú, se había curado milagrosamente de ‘fiebres tercianas’ gracias a esa misteriosa medicina. Sin embargo, el descubrimiento en 1930 en el Archivo de Indias del Diario del Virreinato de Chinchón (mayo de 1629-mayo de 1639) nos revela que quienes sufrían de las fiebres eran el Virrey y su hijo; incluso aparecen las fechas y tratamientos a los que se sometieron. 

No sabemos la fecha exacta de la llegada de la corteza a España: la primera descripción botánica es de 1663, aunque anteriormente dos religiosos, un agustino en 1633 y un jesuita en 1652, habían hablado de la cascarilla (así se llamaba la quina en Ecuador y Perú) y sus propiedades curativas. Es posible que ya estuviera en España en 1639, pues unos profesores de la Universidad de Alcalá curaron con quina a un compañero suyo, profesor de Teología. Por otro lado, se cree quellegó a Roma en el morral de un jesuita en 1632. Sea como fuere, el anuncio de la existencia de un medicamento milagroso en una Europa asolada por la malaria desde el Don hasta el Po, fue como si hoy se dijera que se había encontrado un remedio contra el sida.

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