Los efectos derivados del cambio global, tales como el aumento de gases de efecto invernadero o el aumento de la temperatura global pueden llegar a ser motores que incrementen las mareas rojas, pero aún queda mucho por estudiar.

El carácter episódico e irregular de estos eventos requiere sistemas de monitorización que proporcionen datos de forma continua, con una frecuencia constante —diaria, idealmente— y a muy largo plazo, de décadas. Estas limitaciones crean graves dificultades a la hora de estudiar, y, por tanto, predecir el comportamiento de la proliferación masiva de dinoflagelados en un futuro escenario de cambio global.

¿Qué peligros tiene la marea roja?

Existen muchas especies distintas de dinoflagelados que pueden producir una marea roja, y cada una tiene sus particularidades, haciendo que la proliferación tenga efectos distintos. Muchos dinoflagelados contienen toxinas como el ácido okadaico, la azaspiracida, las saxitoxina, la brevetoxina, la ciguatoxina, la escaritoxina o, una de las sustancias más tóxicas del planeta, la maitotoxina. Estas sustancias, en las concentraciones elevadas que encontramos durante una marea roja, pueden tener efectos desastrosos sobre los ecosistemas, los animales que viven en ellos, e incluso provocar problemas de salud pública.

Al tratarse de microorganismos que se mantienen suspendidos en el agua, formando parte del plancton, animales filtradores, como los mejillones, las almejas, las ostras y otros moluscos, obtienen grandes cantidades de dinoflagelados con el mero proceso de alimentación.

Los peces también pueden sufrir las graves consecuencias de la intoxicación por una marea roja. La barracuda, el mero, el pargo, el salmonete… bien porque consuman animales contaminados, o bien por la adquisición de esas toxinas a través de las branquias, pueden verse afectados seriamente. En casos muy extremos, se han llegado a observar grandes mortandades de peces, consecuencia de una proliferación masiva de dinoflagelados.

Mirá También: 

Al instante el agua se convirtió en sangre, los peces del río
se murieron, y el agua apestaba tanto que los egipcios no
podían beberla. ¡Todo el país se llenó de sangre!

Éxodo, 7: 20-21

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