Yendo a un análisis más detallado, si nos centramos en el ámbito científico, una búsqueda en la Web of Science utilizando estos mismos términos (extraterrestrial life) como palabras clave, resulta en un total de 5425 publicaciones, distribuidas por áreas temáticas, en las que algunas de ellas obviamente se combinan para una misma publicación: así, Astronomía/Astrofísica es la que contiene mayores resultados (4115), seguida de Ingeniería: 2.337, Ciencias Ambientales: 1717, Geología: 1265, Ciencias de la Vida y Biomedicina: 1235, Fisiología: 957, Instrumentación: 918, Bioquímica/Biología Molecular: 856, Ciencia, Tecnología y otros temas: 822 y, finalmente, Física: 686. De todas ellas, el país donde radica el mayor número de artículos publicados es EE. UU., con 2761, seguido a una considerable distancia por Reino Unido, con 550, y Francia y Alemania, igualados con 480 registros. España figura con 229 publicaciones, por encima de países como Canadá y Japón, ambos con 224.

Por último, en cuanto a las publicaciones científicas donde aparecen los términos «extraterrestrial life» , la primera es As trob iology , con 504 registros y otras revistas como Icarus y Astrophysical Journal, con 220, Advances in Space Research, con 193, Planetary and Space Science, 182, Acta Astronautica, 152 y Nature, 144.

Con esto, ya podemos hacernos una idea sobre el panorama actual de publicaciones acerca de esta temática y que, a pesar de la ambigüedad y la ausencia de evidencias de vida fuera de la Tierra, existe información para el debate y un interés indudable sobre su investigación que, como no podía ser de otra manera, cubre un amplio espectro de disciplinas y de enfoques.

Las investigaciones astrobiológicas

Desde el ámbito de las investigaciones astrobiológicas, si queremos comparar el funcionamiento de las leyes físicas o químicas entre la Tierra, la Luna, Marte, Plutón o un asteroide o cometa, podemos hacerlo y vemos que son universales. También lo vemos con los principios geológicos y el estudio de materiales (rocas y minerales) y procesos que los generan y modifican. Esto, por ejemplo, está siendo de gran ayuda en la interpretación y la identificación, caracterización y modelización de paleoambientes planetarios y sus condiciones de habitabilidad, como se aprecia en Marte a través de las misiones. Con los análogos terrestres, podemos comparar rocas, minerales y zonas singulares de nuestro planeta, un basalto, una jarosita, un yeso, la erosión fluvial o eólica, los rasgos geomorfológicos, los procesos volcánicos, etc., entre la Tierra y el planeta rojo o cualquier otro cuerpo planetario. Pero, cuando abordamos cualquier intento de establecer analogías con la vida, para su búsqueda fuera de la Tierra, estamos limitados pues no podemos realizar ningún tipo de comparación. No existen análogos biológicos y solo podemos realizar hipótesis o inferencias, teniendo en cuenta que la única vida conocida hasta el momento es la de nuestro planeta, con toda su biodiversidad, que incluye los ambientes extremos y los organismos extremófilos, que están siendo de gran utilidad e importancia astrobiológica.

Con respecto a la vida extraterrestre, las primeras líneas de la descripción que aparece en la propia Wikipedia (en inglés) son realmente reveladoras y sintetizan muy bien la cuestión. La transcribo aquí, con ligeras modificaciones: «La vida extraterrestre es una vida hipotética que puede existir fuera de la Tierra y que no se originó en nuestro planeta. Dicha vida podría ser desde simples procariotas (o formas de vida similares) a seres inteligentes, tal vez incluso civilizaciones más avanzadas que la humanidad». Es decir, en la definición se contemplan las dos posibilidades referidas en el título del presente artículo.

Desde el punto de vista de la astrobiología, especialmente en su concepción moderna de finales del siglo  XX y la creación del NASA Astrobiology Institute con su correspondiente roadmap (que ya cuenta con varias versiones), si se asume que la vida es una consecuencia de la evolución del universo y las condiciones que se han dado en la Tierra se replicaran en cualquier otro planeta o luna, la vida podría perfectamente emerger y evolucionar al igual que ocurrió en el nuestro.

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Es decir, nuestro famoso LUCA (acrónimo de Last Universal Common Ancestor) podría emerger o haber emergido en otro planeta o luna, de lo abiótico a lo biótico, si el contexto del sitio fuera el apropiado para ello. La contribución de compuestos orgánicos procedente de las condritas carbonáceas o de los cometas parece haber jugado también un papel muy relevante en la emergencia de la vida en la Tierra primitiva. Y me refiero específicamente a los meteoritos y cometas como portadores de compuestos orgánicos y no de vida, como postula la panspermia. Esta hipótesis no tiene hasta el momento confirmación ni evidencia que la avalen y, además, no soluciona el origen de la vida, sino que, simplemente, traslada el problema a otro sitio.

Aunque en nuestro propio sistema solar existen varios objetivos astrobiológicos de primer nivel, como Marte, Encélado, Europa, Titán o, incluso recientemente, la atmósfera de Venus, aún no se ha encontrado ningún microorganismo o huellas (biofirmas, biomarcadores) de su existencia en ninguno de ellos, ni en ningún meteorito o cometa. Compuestos orgánicos abióticos sí, pero nada relacionado con la vida. Obviamente el universo es inmenso y existen miles de millones de galaxias y billones o trillones de planetas donde la vida podría haber emergido. En este sentido, a fecha 1 de enero de 2022, ya se han descubierto 4905 exoplanetas (planetas extrasolares) confirmados, en 3629 sistemas planetarios, con 808 sistemas teniendo más de un planeta. En la web del Laboratorio de Habitabilidad Planetaria de la Universidad de Puerto Rico, en Arecibo, dirigido por el profesor Abel Méndez, del que tengo el honor de ser colaborador científico, se exponen los principales exoplanetas potencialmente habitables, clasificados de acuerdo con el Índice de Similaridad a la Tierra.

¿Qué es vida?

Como se ha indicado previamente, una de las dificultades es que no existe un consenso sobre la definición de lo que es vida y lo que no lo es. Sería pretencioso entrar aquí en todo el debate científico, e incluso filosófico, existente acerca del tema, pero sí parece apropiado dejar constancia de ello, pues supone un condicionante importante a la hora de intentar detectar la posible vida extraterrestre. Una definición popular de vida es que los organismos son sistemas abiertos que mantienen la homeostasis (regulación de su ambiente interno para mantener un estado constante), que están compuestos de células, que tienen un ciclo vital, que metabolizan, que pueden crecer y adaptarse a su ambiente, que responden a estímulos, que se reproducen y evolucionan. Aquí, por ejemplo, entraría en discusión el tema de los virus y viroides. De hecho, además de las diferentes aproximaciones a la definición de vida (hasta el momento existen más de 100 definiciones), desde la física, la química, la geología, biología o filosofía, existe la consideración, según algunos autores, de que la vida debería considerarse como una propiedad de los ecosistemas o incluso como un proceso más que como una sustancia. El debate sobre qué es vida y, por tanto, qué es vida extraterrestre, sigue abierto.

De aquí, otro de los aspectos fundamentales relacionados con su detección fuera de la Tierra es determinar exactamente y de manera rigurosa qué es un biomarcador, ya que el término se está utilizando, por comunicadores, medios y también algunos científicos, de manera ambigua, que puede inducir a confusión. La valoración y consideración de este concepto está íntimamente relacionada con la conexión, antes mencionada, entre vida y habitabilidad. Como indica Simoneit —quien propuso el concepto de biomarcador— solamente deben llamarse así «aquellos compuestos orgánicos que procedan inequívocamente de la actividad metabólica de un organismo». Todo lo demás serían geomarcadores, un término que yo mismo propuse hace unos años para hablar de marcadores ambientales y de habitabilidad. De esta manera, un compuesto químico o una relación isotópica relacionadas, tal vez, con actividad biológica serían geomarcadores. El agua sería también un geomarcador, ambiental, pero de ninguna manera sería un biomarcador porque no se correspondería con compuestos orgánicos inequívocamente relacionados con la vida. Un mineral, por ejemplo, la magnetita, sería también un geomarcador pero no un biomarcador. Esta confusión terminológica hace que, incluso desde el ámbito científico, se promuevan los malos entendidos hacia la sociedad, desencadenando posteriormente, en determinados medios, titulares sensacionalistas sobre vida en exoplanetas, en Venus, Marte, Plutón, Europa, meteoritos, Titán o en objetos extrasolares (esto enlazaría con la última parte del artículo), sin ningún fundamento o evidencia que lo confirme. Este acercamiento poco ético del científico a lanzar planteamientos cercanos a las seudociencias es claramente contraproducente para cualquiera que intente abordar su investigación con el máximo detalle y rigurosidad y nos desprestigia a todos, además de ser solo ruido interesado por popularidad u otras razones.

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Estudio de los análogos terrestres

La investigación de los denominados análogos terrestres (o análogos planetarios) en los que geólogos, ecólogos microbianos, geomicrobiólogos y otros especialistas estamos trabajando codo con codo, está siendo de gran ayuda para paliar la imposibilidad de llevar a cabo planetología comparada desde el punto de vista biológico/astrobiológico. Así, se intenta cubrir el amplio abanico de lugares, muchos de ellos extremos, en los que se estudian y caracterizan los singulares ecosistemas existentes, para inferir a partir de ello cómo podrían ser en caso de que se dieran en otros cuerpos planetarios.

España cuenta con una gran biodiversidad y geodiversidad y, en este sentido, disponemos de análogos terrestres reconocidos internacionalmente, como Río Tinto, El Jaroso, el golfo de Cádiz, Bujaraloz, el área volcánica de Calatrava o las islas Canarias, en especial Tenerife y Lanzarote. ¿Encontraremos inusuales consorcios bacterianos en Marte como los que se observan en Río Tinto, la Antártida o Atacama? ¿Habrá microorganismos bajo la corteza helada de Europa o Encélado similares a los existentes en los clatratos, costras, nódulos y chimeneas del golfo de Cádiz? ¿Podremos, tal vez, encontrar en planetas volcánicos, ecosistemas hidrotermales parecidos a los que observamos en zonas como los azulejos del Teide o en otras zonas de Canarias? ¿Existieron tal vez en el pasado y dejaron alguna huella? Esta es una forma indirecta de investigación, pero no por ello menos válida, gracias a la cual, desde la Tierra podemos trabajar astrobiológicamente, salvando las distancias, como si estuviéramos en el planeta rojo o en una luna helada. Pero, ante todo, sin confundir lo que son las condiciones de habitabilidad (a distintas escalas) de un cuerpo planetario con la existencia de vida.

Sin respuesta

Pero, una vez vistos los aspectos más relevantes relacionados con la posible vida extraterrestre (centrados sobre todo en la vida microbiana y en su detección e identificación), ¿podemos ir más allá? ¿Podemos analizar científicamente, de manera rigurosa, lo relativo a la posible existencia de vida inteligente? Por el momento, como se ha indicado anteriormente, las respuestas son: « No lo sabemos y debemos analizar y establecer qué es la inteligencia» y, a partir de aquí, realizar una serie de postulados e inferencias. Todo lo publicado es, hasta el momento, especulativo y sin pruebas suficientes, desde la señal Wow!, detectada el 15 de agosto del 1977 y procedente de la constelación de Sagitario, a la señal BLC1, detectada y observada durante abril y mayo de 2019, probablemente procedente de Próxima Centauri, o a las recientes hipótesis carentes de evidencias científicas sobre el objeto interestelar Oumuamua, descubierto por Robert Weryk el 19 de octubre de 2017. Existen varios proyectos SETI (acrónimo de Search for ExtraTerrestrial Intelligence) que intentan detectar vida extraterrestre inteligente mediante el análisis de señales electromagnéticas capturadas en radiotelescopios o, incluso, enviando mensajes al espacio. Hasta el momento, salvo lo indicado previamente, no ha habido resultados positivos ni respuestas.

No es el momento para debatir sobre qué es o cómo definir la inteligencia, incluyendo todo el debate sobre su concepto, individual, social, emocional y sobre si es o no cuantificable no solo en humanos, sino también en otros animales, plantas, ordenadores (inteligencia artificial), etc. Por ello, hablar de inteligencia extraterrestre también conlleva un problema similar al de hablar sobre vida extraterrestre: no hay definición consensuada sobre lo que es la vida como tampoco la hay sobre lo que es la inteligencia. De cualquier forma, parece inevitable, cuando se habla de vida (inteligente) extraterrestre citar la ecuación de Drake, propuesta en 1961 por el astrónomo y astrofísico Frank Drake, más como una aproximación que como una ecuación matemática. Se trata de una ecuación muy cuestionada y especulativa con desacuerdos científicos muy considerables sobre los valores y la rigurosidad con la que se utilizan sus parámetros.

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Básicamente, indica que:

N = R* · fp · ne · fl · fi· fc · L

Donde:

N = número de civilizaciones en nuestra galaxia, con las cuales podríamos comunicarnos.

R *= estrellas capaces de albergar planetas.

f p = cantidad de esas estrellas que tienen sistemas planetarios.

n e = número de esos planetas orbitando en la zona de habitabilidad con posibilidad de vida que habría en esos sistemas.

f l = fracción de esos planetas en la zona de habitabilidad en los que la vida se habría desarrollado.

f i = número de planetas en los que, efectivamente, se desarrolla vida inteligente.

f c = cantidad de planetas con vida inteligente y que, además, podrían comunicarse con otros.

L = momento de vida del planeta en el cual se desarrolla esa civilización.

N i que decir tiene que, en estos últimos 60 años, ha habido todo tipo de reevaluaciones, con debates científicos y propuesta de nuevos parámetros hipotéticos sobre la ecuación de Drake. El último corresponde al estudio, utilizando el telescopio espacial Kepler, publicado en 2020 en The Astronomical Journal, en una colaboración entre científicos de NASA, el Instituto SETI y otras instituciones liderado por Steve Bryson. En este estudio sugieren que, solo en nuestra galaxia, podría haber cerca de 300 millones de planetas habitables (recordemos que habitabilidad no implica vida).

«No lo sabemos aún y, por ello, seguimos investigando»

No resulta fácil escribir un artículo de divulgación científica sobre esta temática, en el que se debe mantener un sólido componente ético al trasladar el conocimiento existente sin sensacionalismos a la sociedad. Por ello, como ya indiqué, considero que la mejor respuesta es: «No lo sabemos aún y, por ello, seguimos investigando». Obviamente, explicando el estado actual del tema y las perspectivas futuras. Personalmente, he tenido la fortuna de investigar y promover muchos de estos temas y estudios astrobiológicos, incluso acerca de lo que supone la astrobiología como cuerpo de conocimiento inter y transcisciplinar. Y lo he hecho, entre otras actividades, participando en un vuelo de la NASA para comprender el papel de los cometas (Leónidas) en el origen de la vida, formando parte de los equipos de ciencia de rovers que están en Marte (Curiosity o Perseverance), intentando abordar experimentalmente la litopanspermia directamente en el espacio o en contacto con astronautas de la ESA, como instructor en cursos de geología planetaria y astrobiología, en análogos como Lanzarote para futuras misiones tripuladas en la Luna o Marte. Creo que el estudio de los análogos terrestres es fundamental y lo he podido abordar con campañas en lugares tan dispares como Costa Rica, España, Islandia, Mauritania o la Antártida.

Si pretendemos ser capaces de identificar y detectar la vida extraterrestre, debemos realizar un estudio en paralelo, que comporte comprender cómo se originó la vida en nuestro planeta, algo aún no resuelto. Hasta el momento, seguimos investigando. Como decía, Carl Sagan: «El universo es un sitio inmenso. Si solo estamos nosotros, me parecería un auténtico desperdicio de espacio».

 

Jesús Martínez Frías es presidente de la Red Española de Planetología y Astrobiología (REDESPA) y de la Comisión de Geología Planetaria de la Sociedad Geológica de España.

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