No somos tan diferentes

Miles de millones de años de evolución deben dejar su huella. El sistema para producir las proteínas que dirigen las reacciones químicas del óvulo fecundado es el mismo en todos los seres vivos. En este estadio del desarrollo el ser humano, el pez, la sequoia y el hongo se parecen como dos gotas de agua. En cierto modo, nos encontramos como hace 2.000 millones de años, cuando apareció la primera célula eucariota, con núcleo. Ahora bien, en ningún momento del desarrollo de un feto los humanos compartimos estructuras con las procariotas, con las bacterias -a pesar de que gran parte de nuestro genoma esté formado por genes de bacterias y virus-.

Con las primeras divisiones celulares, nuestro parecido con seres unicelulares, vegetales y hongos desaparece. En las plantas con flores, la primera división celular produce descendientes programados para llevar a cabo ciertas tareas muy definidas. Uno de ellos se divide para producir una estructura análoga a un ovario, mientras que los otros producen estructuras destinadas a sujetar ese “ovario” a la cubierta externa de la semilla. Es como si la primera división del zigoto de una planta produjera una especie de planta en miniatura. Esto no sucede en los animales, aunque en el siglo XVII algunos científicos creían que el espermatozoide alojaba en su interior un ser humano diminuto y que el óvulo era la despensa de la cual se alimentaba.

En las primeras divisiones del zigoto humano, cuando pasa de 1 a 2 hasta 4 a 8 células -la blástula-, tenemos un sistema similar al del resto de los animales. Llega a ser tan parecido, que ha principios del siglo XX los científicos que querían estudiar el desarrollo de la blástula utilizaban erizos de mar.

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En el decimonoveno día empieza a formarse el sistema nervioso central y al término de la cuarta semana se percibe una línea muy clara que acabará convirtiéndose en la columna vertebral, al tiempo que se inicia la formación del intestino, el hígado y el corazón. En este momento nuestro parecido con otros vertebrados, desde los peces a los mamíferos, es asombroso. Fue esta semejanza la que dio lugar a la célebre frase de «la ontogenia (el desarrollo de un individuo) resume la filogenia (el desarrollo de una especie)».

A las ocho semanas el embrión se diferencia perfectamente de reptiles y aves, sigue conservando el parecido con otros mamíferos y se empiezan a preparar lo que serán las características distintivas de los primates, que las adquirirá claramente al terminar el primer trimestre. Resulta curioso comprobar que hacia la cuarta semana el sistema nervioso de un embrión humano es prácticamente idéntico al de una gallina.

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