La nota de The New York Times en base a un documento del Mossad que responsabiliza al Hezbollah por los ataques parece responder al giro político de Washington y Tel Aviv en sus relaciones con Medio Oriente. Revelaciones que no son tales, el petróleo iraní y el campo de gas offshore de Karish como telón de fondo.

La nota, firmada por el periodista israelí especializado en temas de seguridad e inteligencia Ronen Bergman, estaba teóricamente basada en una información proveniente del Mossad. Tras idas y vueltas sobre la autenticidad de la fuente, Bergman aclaró el punto en una entrevista: “El Mossad no investigó todo lo que ocurrió después del atentado, incluyendo las acusaciones contra funcionarios del gobierno argentino por ayudar a encubrir la investigación, y vuelvo a aclarar que si hubo algún ciudadano argentino que alquiló un vehículo o tuvo una interacción con los libaneses, según el Mossad, no tenía conocimiento que estaba ayudando a Hezbollah para un futuro ataque”.

Es decir: si algún iraní o algún argentino ayudó a armar una camioneta con los explosivos para atentar contra la sede diplomática, lo hizo sin saber para qué se iba a utilizar el vehículo. Digamos de paso que el informe señala que los explosivos no se consiguieron en la Argentina, sino que fueron introducidos en cajas de chocolate y frascos de champú, según el Mossad. Por lo demás, la nota insistía en que Irán y Hezbollah estaban detrás de los atentados y que para ello formaron una célula especial de la que -según el informe- no tenían conocimiento los diplomáticos iraníes en nuestro país y cuyos integrantes siguen vivos, pero no en Irán, sino en Líbano.

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Algunas semanas antes que Bergman publicara su nota, dos de las personas que más investigaron los atentados, la periodista Miriam Lewin y el abogado Horacio Lutzky, reafirmaban la teoría de la conexión argentina y del encubrimiento de las organizaciones de la comunidad judía para redireccionar la investigación. Algo que vienen sosteniendo desde hace largo tiempo a partir de una fuente de la inteligencia argentina que sirvió de inspiración para la serie “Losi, un espía arrepentido”, que se emite por Amazon y de la cual se está filmando una segunda temporada.

Lutzky afirma que la pista siria, que involucraría al expresidente Carlos Menem, fue absolutamente descartada sin demasiados trámites y reemplazada por la tesis del binomio Irán-Hezbollah. Una pista, casi la única investigada, que ha sido señala de buscar culpables “a la medida” de los intereses geopolíticos de Estados Unidos e Israel.

Sabido es que la República Islámica de Irán, de orientación religiosa musulmana chiita, está no sólo enfrentada a EEUU e Israel, sino también a muchos países musulmanes de Medio Oriente que responden a la mayoría musulmana sunita, empezando por Arabia Saudita.
Pero hete aquí que tras la invasión de Rusia a Ucrania, los granos producidos por ambos países y, especialmente, el gas ruso, pasaron a convertirse en un arma más en la guerra. Y, como si nada pasara, la energía producida tanto por Irán como por su amigo Venezuela -otro enemigo de EEUU e Israel- devino en un bien preciado en Occidente. Quizás por eso es que Washington se olvidó del “chavista” presidente venezolano, Nicolás Maduro, y comenzó un acercamiento mirando de reojo las reservas de petróleo del país. Al mismo tiempo empezó a cocinarse a fuego lento un nuevo conflicto: la explotación del yacimiento submarino de gas de Karish, localizado en un área que disputan Israel y Líbano, país desde el cual las milicias de Hezbollah hostigan a Israel.

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Israel y Líbano no tienen relaciones diplomáticas. La historia de ambos países está marcada por guerras e invasiones, como la que concretó Tel Aviv en el sur del Líbano en 1982 con el argumento cierto de que el Beirut cobijaba entonces a los militantes de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) conducida en ese tiempo por Yasser Arafat, que ya había logrado asestar varios golpes violentos a Israel.
Pero más allá de la historia, ahora hay un yacimiento de gas que puede potenciar a Israel y sacar al Líbano de la grave crisis económica en el cual se encuentra. El problema del yacimiento de Karish es que está controlada por Tel Aviv, pero ambos países aún se encuentran insertos en una discusión de límites marítimos mediada por Estados Unidos porque, como se dijo, Israel y el Líbano no tienen relaciones diplomáticas.
En este contexto es que aparece este nuevo documento del Mossad, que mete al Líbano como país que hospeda a los supuestos terroristas que llevaron a cabo los atentados en la embajada de Israel en 1992 y a la sede de la AMIA en 1994.

En su momento -al decir de varios, entre ellos Lutzky y Lewin- se descartó la pista siria por lo cual la dirigencia comunitaria judía en la Argentinia peleó con uñas y dientes para desligar al entonces presidente Menem y la conexión argentina de los atentados en favor de vincular a Hezbollah y Teherán con ambos atentados.

Huelga decir que Irán es el enemigo número uno de Israel y EEUU, y por lo tanto el primer sospechoso de cualquier atentado que ande dando vueltas por el globo. El hecho de descartar tan vehementemente una pista y asumir otra como única valedera es lo que hace poco sustentable la investigación. Cualquiera sabe que, a la hora de investigar un crimen -y más dos atentados en los que murieron más de un centenar de personas- es recomendable no descartar ninguna hipótesis, porque cualquiera puede llevar a la verdad.

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A menos que la verdad no sea tan importante a la hora de investigar un atentado.

Más allá de la autenticidad o no del documento oficial o semi oficial del Mossad, descartar de plano la conexión argentina y de los funcionarios iraníes de la misma manera que se hizo con otras hipótesis difícilmente pueda conducir a la verdad.
Del atentado a la Embajada de Israel se cumplieron 30 años. Del atentado a la AMIA 28. Treinta años de reclamos pidiendo justicia para dos de los crímenes más atroces contra la comunidad judía después del horror del Holocausto. Los familiares se merecen no sólo justicia, sino también la verdad. Y la verdad no se descubre mediada por conveniencias geopolíticas. Se descubre, únicamente, investigando sin descartar pistas ni sospechosos.

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