Los problemas de una base minera en el espacio

El mayor problema de ese tipo de instalaciones es el abastecimiento de agua y oxígeno. Algunos han propuesto la captura de otro tipo de objetos, los cometas. Sabemos que están compuestos principalmente por hielo, monóxido y dióxido de carbono congelados, metano y amoniaco, a lo que hay que añadir otros elemento volátiles como oxígeno, azufre y nitrógeno y sustancias como silicatos, hidrocarburos policíclicos aromáticos, carbono amorfo, hierro, magnesio, sodio y sulfatos metálicos como la pirita, luego también son buenos candidatos para minería. Por suerte la abundancia de hielo en los cometas asegura en gran medida la supervivencia de un asentamiento minero: de él se obtiene el agua para vivir y el oxígeno para respirar. Ahora bien, una base así tiene el importante hándicap de la obtención de energía. De hecho, el factor más restrictivo para el tamaño de una colonia en las regiones exteriores de cualquier sistema estelar es el acceso a una fuente continua y estable de energía. La única opción viable es que sea proporcionada por un reactor de fusión nuclear -suponiendo que logremos construirlo en los próximos 40 años-: un cometa de tamaño medio contiene del orden de 50 a 100 000 toneladas de deuterio, el mejor combustible para la fusión.

Asunto a parte es la vida en esos asentamientos. Los que allí estuvieran tendrían que saber un poco de todo: la aplicación práctica del viejo refrán de ‘aprendiz en mucho maestro en nada’, pues no podrían estar supeditados a la llegada de ayuda desde, posiblemente, la base de Marte. La película de Peter Hyams y protagonizada por Sean Conery, Atmósfera cero (1981) es la que mejor ha recreado cómo podría ser la vida en un entorno similar. Definida como un western espacial -podríamos decir que es un remake de ciencia-ficción de Solo ante el peligromuestra la vida en una colonia minera en Io, la luna volcánica de Júpiter. El diseño de producción reflejó un ambiente oscuro, claustrofóbico y aislado, que es exactamente lo que uno se va a encontrar en aquellas latitudes. Eso sí, Hyams decidió dar un tono oscuro a un futuro industrial donde grandes corporaciones buscan el máximo beneficio a costa de sus obreros, que son prescindibles. Hay cosas que no cambian, ni siquiera en el espacio.

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La vida en ese entorno, en el que la población no sería muy extensa, tendría un problema importante: la sensación de soledad que sin duda inundará al colono será el principal caballo de batalla en este tipo de explotaciones espaciales. Podemos imaginar un símil con una condición que existe ahora en la Tierra: la vida en el interior de Australia, el outback -un término vago para designar algo que está fuera (out) y atrás (back)-. En este caso la diferencia fundamental es la climática: del frío del espacio a los 40 grados a la sombra. Pero la sensación de soledad, de no tener otra cosa que hacer después de trabajar, será muy similar. Según confiesan quienes viven allí, como el electricista español Manuel De La Vara, lo más duro es “no tener a nadie, estar solo y no tener nada que hacer una vez terminas el trabajo”. Los riesgos psicológicos de vivir en un entorno tan extremo son enormes y por eso existen organizaciones como Frontier Services, ligada a la Iglesia presbiteriana, que lleva más de un siglo recorriendo el outback asistiendo a los que sucumben a la soledad y el aislamiento. Cómo resolver este problema en el espacio es harina de otro costal.

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