Viendo las noticias podríamos no creerlo, pero no solo Marte está en el ojo del huracán de la exploración espacial. Un cuerpo mucho más cercano también es el objetivo de los entusiastas del espacio: la Luna. Al relanzamiento de las misiones tripuladas a nuestro satélite por parte de EE UU y encarnadas en la misión Artemis, debemos añadir el acuerdo firmado por Rusia y China el 9 de marzo de 2021 para construir la Estación de Investigación Lunar Internacional, culminación del actual programa de exploración lunar chino que incluye misiones orbitales, robóticas de recogida de muestras y viajes tripulados. La entrada en operación de la estación se espera en 2045. En palabras del director de la agencia espacial China, Luan Enjie, los humanos debemos aprender a dejar la Tierra y «establecer una patria extraterrestre autosuficiente».

Eso es algo en lo que ya se insistió en 2002, cuando un grupo de visionarios se reunieron en Hawaii en la reunión del International Lunar Exploration Working Group. Quizá previendo lo que iba a suceder, este grupo de científicos, ingenieros y diseñadores de misiones espaciales discutieron sobre el regreso del hombre a la Luna. ¿Qué tipo de misión será la que ponga en marcha una civilización lunar? ¿Nacional, internacional o comercial? ¿Cuál será su objetivo? ¿Una central de energía? ¿Un observatorio? ¿Quizá un centro de comunicaciones, o una planta de procesado de recursos naturales en la montaña Malapert, en el polo sur lunar?

La Declaración de Hawai insistió en que la humanidad necesita la Luna por diversas razones: “Usar sus recursos materiales y de energía para cubrir nuestras necesidades futuras en la Tierra y en el espacio, para establecer un segundo reservorio de la cultura humana en el caso de una catástrofe en la Tierra, y para estudiar y comprender el universo”.

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El sueño de una base lunar no es nuevo ni reciente y se encuentra cómodamente instalado en nuestro cerebro: quienes tengan ya unos cuantos años recordarán aquella serie de éxito de los 1970 que contaba las peripecias de la base lunar Alfa, Espacio 1999. Incluso antes se veía la Luna como un recurso tremendamente atractivo: cuando el biólogo J. B. S. Haldane se estaba muriendo de cáncer, escribió una emotiva carta al escritor de ciencia-ficción Arthur C. Clarke: “Yo y un millón de otros casos quirúrgicos quedaríamos bastante satisfechos con la gravedad lunar de superficie”. Haldane abogaba por un hospital y un geriátrico en la Luna.

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