Sobrevolando los extensos campos de Paldea es posible observar, si hay suerte, un gran ave, blanca y negra, con el pico y las patas largas y de un color naranja intenso, que, si no prestas atención, puede dejar caer sobre ti diversos objetos. Se trata de bombirdier, la viva imagen de una cigüeña blanca, salvo por el mechón de plumas que pende del pecho que forma una especie de saco para transportar objetos.

La cigüeña blanca (Ciconia ciconia) es probablemente una de las aves más emblemáticas de España. Hace décadas era común observar cómo emprendían el vuelo para migrar al sur a principios de otoño, en un largo viaje hasta el África subsahariana –su área de invernada–, para regresar a finales de enero. De hecho, se consideraba un mal presagio no ver la cigüeña regresando el 2 de febrero, día de San Blas: si para esa fecha no habían regresado, se tomaba como indicativo de que el invierno se prolongaba.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte, las cigüeñas ya no migran al sur, prefieren quedarse en la península. En parte se debe a la mayor disponibilidad de alimento durante el invierno —en vertederos y basureros—, y en parte, debido al cambio climático antropogénico, que genera unos inviernos más benignos. 

Si bien el hecho de no desplazarse parece que mejora la supervivencia de los adultos de cigüeña, la mala calidad del alimento reduce el éxito reproductivo, y su ausencia en África durante el invierno puede causar impactos significativos en sus ecosistemas.

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