Carolina Ramírez y Alberto Ajaka estrenarán en Córdoba Lo que queda de nosotros, una obra en clave de comedia dramática que releva un vínculo muy especial y palpable en nuestra cotidianidad. El de Nata con Toto; o el de una adolescente solitaria con su perro que la ama incondicionalmente.

La actriz colombiana, mundialmente conocida por su protagónico en La Reina del Flow (Netflix), es la principal impulsora de esta puesta teatral, con la que se representa un texto del dramaturgo mejicano Alejandro Ricaño.

Es que ella amó con locura a Goyeneche, un perro que llegó a llevar los anillos de su boda con el productor argentino Mariano Bacaleinik, y convirtió a su casa en hogar de acogida circunstancial para perritos en situación de abandono con la idea de que sean adoptados.

Ramírez es “perrera” en el sentido más amoroso del término.

Ajaka, por su parte, les temía a los animales y tuvo su primer perro recién a los 30, pero encontró en este texto el desafío de ponerle voz a un can “desclasado”.

“Ante la situación marido productor, mujer actriz, Mariano me plantea ‘Bueno, ¿qué textos quieres hacer? Hagamos un unipersonal, que además es más barato y ya estás en un momento en el que podés vender”, dice Carolina Ramírez, consultada por VOS sobre los orígenes de su encantamiento con Lo que queda de nosotros.

“No encontrábamos ese unipersonal con el que me conectara, pero en 2014, mucho antes de La Reina del Flow, se presentó la posibilidad de actuar en una obra de Alejandro Ricaño (El amor de las luciérnagas) con el Teatro Nacional de Colombia. Y por la camaradería de los montajes y de conmoverme con su dramaturgia, Ricaño me cuenta que estaba escribiendo una obra sobre una adolescente y un perro… Ya teníamos a Goyeneche, nuestro primer hijo, así que me interesó de inmediato”, añade.

Ricaño les dijo a Carolina y a Mariano que les avisaría cuando ese texto se convierta en obra y esa obra en inminente estreno. Y así fue: “Fuimos a México a verla y no nos podíamos parar de la silla tras la función. Le dije a mi marido ‘Esta es la obra que quiero hacer’. ‘Pero no es un unipersonal’. ‘Pues bueno, habrá otro actor dispuesto, supongo’. Y ya está. ¿Qué sentí yo? La pertinencia”.

–¿Pertinencia?

–(Carolina Ramírez) Sí. Creo en el arte que transforma y en la posibilidad de que el espectador salga del teatro haciéndose preguntas. “¿Cuántas veces volteé la cara? ¿Cuántas veces ignoré? ¿Cuántas veces dejé que el perro herido terminé en el mismo lugar en que lo vi? ¿Cuántas veces menosprecié a un adolescente por creer que no tenía nada en la cabeza?” Me pareció que era una obra que tenía que representarse. Me sentí interpelada para hacerlo.

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La historia siguió con la compra de Carolina Ramírez y Mariano Bacaleinik de los derechos de la pieza y con la programación de cinco funciones en Bogotá, junto a Carlos Torres, compatriota y coprotagonista en La Reina del Flow.

“Cuando tomamos la decisión de venir a Argentina, en un tiempo que yo ya estaba famosa por la Reina del Flow (que no tenía la necesidad de decir ‘buenas, soy actriz, vengo de Colombia’), era la obra para hacer pie acá. Me encontré con una sociedad como la colombiana donde todavía hay mitos en relación a la esterilización y a la adopción”, subraya.

–En entrevistas anteriores te leí diciendo que los perros no se compran.

–(Carolina Ramírez) Se adoptan. Los animales no son cosas. Son seres sintientes. Y más en nuestros países, en los que no se hacen cargo de esterilizaciones masivas y el abandono es el pan de cada día, hay refugios que están llenos de perros y gatos esperando un hogar, una familia. Es una cosa de ego pretender que una raza prime por encima de todo. Priorizar la raza para estatus los convierte en objetos. Por amor a mis perros he hecho todo tipo de locuras.

–¿Y por qué Alberto Ajaka como compañero argentino?

–(Carolina Ramírez) Porque lo conocí en la tele de ver Guapas (2014) en Colombia. La tira me encantaba y él siempre me pareció un gran actor con mucha verdad, entonces era muy importante encontrar un perro así, con una gran sensibilidad para acercarse al universo de Toto.

–¿Y vos Alberto? ¿Has tenido perros? ¿También estás atravesado personalmente por este texto?

–(Alberto Ajaka) No tengo. Tuve una única vez y de grande… A los 30 años tuve un perro, que agarré de casualidad de la calle. Les tenía miedo a los animales, y me lo pude sacar gracias a Chango, que está enterrado en el fondo de casa. Ahora tengo tres hijos y no puedo.

–(Carolina Ramírez) Claro, un perro es un chico.

–(Alberto Ajaka) Es así, tal cual. Chango sobrevivió a la disolución y desilusión de una pareja… Adhiero a lo que dijo Caro sobre las razas, me parece fantástico a lo que dice Caro. Sobre todo en tiempo en el que la gente elige hasta el color de ojos de sus hijos. Más allá de ese, como vecino de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires padezco la sobreabundancia de gatos. No creo que la pasen bien esos bichos.

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–(Carolina Ramírez) Ellos se contagian muy rápido de enfermedades autoinmunes. A duras penas hay políticas públicas para calmar el hambre de las infancias, imagínate pensar en que alguien se ocupará de las mascotas.

El perro te banca la parada

En la continuidad de la charla, Ajaka dice que reivindica la imagen romántica del perro: “Su imagen es la de ‘estar siempre’ firme junto a su dueño y predispuesto a la aventura. Un gato es una mascota más urbana por su independencia y tal, pero hay un sino en el perro y es que él sí te bancaba la parada”.

“Es así –interviene Ramírez–. La gente que vive en situación de calle, por ejemplo: sus grandes compañeros son los perros. Hay fundaciones en Colombia donde los asisten. El compromiso de los sin techo con sus perros, más esta intervención, hacen que estén mejor que otros criados dentro de una casa”.

“Los perros han acompañado como lazarillo… Y pueden ser buscabombas, buscadrogas (con esos nos estoy tan de acuerdo), rescatistas, acompañamientos terapéuticos… Vuelvo con la idea de la aventura y para conectarlo con la obra: Toto es un perro desclasado. Sufre un abandono y la experiencia le viene bien para enterarse un poco cómo es todo afuera”, retoma Ajaka.

“Mi Chango era un demonio y tenía que estar en la calle –señala el actor-. Era inquieto. Toto vive esa aventura en el abandono. Esta bueno eso de la obra, te lleva a una especie de peripecia”.

“A Nata, en tanto humana y portante de un dolor, le ocurren episodios vinculados a lo introspectivo. En cambio a Toto, los vinculados a la acción. Se está desayunando de que existen otros perros en la calle, otras personas que no lo van a tratar bien. Y que existe la discriminación debido a cómo olés, vestís o lucís”, refuerza.

Alberto Ajaka asocia el desamparo perruno con el humano. “Cuando empecé los ensayos de esta obra en plena calle Corrientes, la conecté con los pibitos de la calle que me encontraba a la salida del subte en la boca de Carlos Pellegrini. Hubo una escena que me marcó: una vez había una parejita joven con un bebé en dos colchones, y lo que me destrozaba como imagen era algo bueno: veía que los padres jugaban con el bebé. ¡Había que salvarlos ya! Era urgente”, revisa.

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“Nos estaban informando, a las miles de personas que pasábamos por ahí, que eran útiles si es que los íbamos a juzgar de esa manera. Daban una muestra clara de pertenencia a los que estábamos dentro del sistema. Ellos tenían todas las condiciones para estar. Eran una familia ideal, feliz, sólo que estaban en el desamparo”, refuerza.

–¿Pegaron onda al toque entre ustedes?

–(Carolina Ramírez) No habría opción en otro caso. Somos de la misma línea, somos actores que creemos que la generosidad es la mayor virtud.

–(Alberto Ajaka) Es una ética escénica. No nos queremos vender como personas nobles ni mucho menos, no es el fin. Pero nos une la creencia de que hay algo por delante que nos contiene. Y es la escena teatral, que es mucho más trascendente que nosotros. El riesgo individual es tener ética escénica, compromiso y empatía. Si no está eso, sólo es ego trip.

–Por último, Carolina, ¿por qué creés que Colombia se ha proyectado al mundo desde la música urbana hasta convertir a sus ciudades en mecas?

–(Carolina Ramírez) El género urbano se ha desarrollado porque se ha nutro de ritmos de denuncia que crecieron en las urbes. Y una urbe como Medellín, que ha sido tan violenta, que ha pasado por el sesgo del narcotráfico, tiene comunas de un talento humano impresionante que ha encontrado en las artes formas de resignificar esa violencia sufrida. En el reggaetón somos tan fuertes porque en el rap lo fuimos… Esa influencia, más el hecho de que tenemos Pacífico, Caribe y región andina, han generado todo esta explosión. Estamos bien mezcladitos, y somos un país no tan extendido como Argentina… La globalización trajo una apertura que, en los últimos años con la firma de la paz, ha permitido que nos vayamos sacando el estigma tan violento que la historia nos puso.

Para ver

El viernes en el Teatro Verdi de Villa María, a las 21.30. Entradas en teatroverdivm.com.ar a $3.450 y $4.000. El sábado (a las 21) y el domingo (a las 20), en Ciudad de las Artes. Entradas en autoentrada.com, a $3.200 y $3.500.

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