La cuestión de fondo es, como dice el historiador jefe de la NASA Steven Dick, responder a la siguiente pregunta: ¿resistirían las religiones de la Tierra el contacto con seres extraterrestres?

Este es un punto fundamental. Descubrir seres inteligentes hace que se exacerbe el principio copernicano (popularizado por Carl Sagan con el nombre de principio de mediocridad), que dice que no hay ningún privilegio cósmico sobre la ubicación de la Tierra en el Cosmos ni tampoco lo hay para sus habitantes. Descubrir otras civilizaciones significaría “un nuevo nivel de duda angustiante respecto a la importancia de los seres humanos en el esquema cósmico de las cosas”, dice el físico teórico James Gardner.

Para la astrónoma Jill Tarter, directora del Center for SETI Research del SETI Institute, dedicado a la búsqueda en ondas de radio de emisiones de civilizaciones extrasolares, piensa que es un sinsentido preguntarse que su descubrimiento vaya a afectar a la fe en Dios. “¿Si ambos existen, y Dios es responsable de ellos, cómo puede ser que su existencia socave la posición de Dios?” Ahora bien, continúa esta radioastrónoma, el contacto sí supondría un efecto devastador para las religiones actuales del mundo, pero no para el futuro en la Tierra de la religión en sí. Incluso ha especulado que el mensaje que recibiéramos de ET podría tener el efecto, intencionado o no, de evangelizarnos y convertirnos a una nueva fe cósmica. ¿Cómo? El historiador de la ciencia y notorio escéptico Michael Shermer lo expresó con ironía en el número de enero de 2002 de Scientific American en lo que llamó la Última Ley Shermer: “Cualquier inteligencia extraterrestre suficientemente avanzada es indistinguible de Dios”. De hecho, en el siglo XX han nacido diversos movimientos religiosos cuyo motivo de adoración son seres extraterrestres. En este sentido abunda Jill Tarter: “Ante una organización social que puede demostrarse que es estable y una comprensión de la naturaleza del Universo superior, será difícil para la humanidad resistir el atractivo de su religión y su Dios(es)”. Quizá, señala Tarter, la duda no apareciera en la generación del contacto, sino en las posteriores, pues no olvidemos que, históricamente, las civilizaciones más poderosas han impuesto, de un modo u otro, sus creencias a las demás.

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