Elías Oviedo tiene 39 años y un pasado de esfuerzo y sacrificio. No muy distinto al de muchos de sus vecinos del pueblo de San Vicente, en la periferia profunda del valle de Traslasierra, bien al oeste del mapa cordobés.

En 2019, este hombre de rostro campesino cincelado a soles fue noticia por ser el primer cosechero de papa que se convertía en jefe comunal. Este año, en tanto, trascendió porque se anotó como alumno en el mismo secundario que acababa de inaugurar en su pueblo.

“Quiero recibir el título de la secundaria que no tengo y dárselo a mi mamá. Dios quiera que ella viva, porque ella sola nos crió a los siete hijos que fuimos, siempre trabajando en la papa y en la casa, de sol a sol”, cuenta Elías a La Voz.

A 40 kilómetros al noroeste de Villa Dolores, y con unos dos mil habitantes, San Vicente es un centro importante de producción agrícola. Más cercano a los llanos riojanos que a las postales turísticas del valle de Traslasierra, el paisaje aquí está dominado por un monocultivo predominante: el de la papa.

“La primera vez que fui a la papa tenía 9 años; fui con mi mamá y mis hermanos, pero a la siesta hacía mucho calor, y yo ya estaba muy cansado”, relata el actual funcionario comunal. La madre heroica juntó ramas y armó una suerte de choza junto a un montón de papas, para que el niño hiciera una siesta.

“Vivíamos en una casa muy lejos del pueblo, sin agua ni luz, llevábamos el agua limpia en bidones caminando cada día tres kilómetros, cuando volvíamos de la escuela. Y a la noche comíamos iluminados por un mechero” cuenta Elías sin pudores. “La cosa cambió cuando mi mamá compró un terreno en San Vicente, ahí ya estábamos al menos más cerca”, completa.

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Elías Oviedo en su comuna de San Vicente, ya en la periferia del valle de Traslasierra (La Voz)
Elías Oviedo en su comuna de San Vicente, ya en la periferia del valle de Traslasierra (La Voz)

En la “lucha”

“Juntar papa” es uno de los trabajos más duros que aún quedan en el mundo rural.

El cosechero camina encorvado, por suelo removido, detrás de “la lucha”, que es la línea de papas desenterradas que va dejando una máquina bajo una nube de tierra. Cada cosechero va llenando una canasta con tubérculos, que luego irán a una bolsa que se vuelve muy pesada. El trabajo es a destajo: se paga por bolsa cosechada, por lo que hay que empeñarse para que la jornada rinda.

Todo sucede bajo clima hostil: hay una cosecha en pleno invierno y otra en el verano tórrido. Los trabajadores deben aprovechar las semanas de recolección: para muchos es el único trabajo que tendrán en el año.

“A los 12 años me largué solo con mi hermano en la papa, ahí nos podía tocar en otro campo distinto al que estaba mi mamá, trabajábamos todo el día y a la noche recién nos juntábamos; en ese tiempo el trabajo era aún más difícil, las bolsas eran de 50 kilos y ahora son de 20, las papas salían más desparramadas por la máquina”, explica el ahora jefe comunal.

Elías terminó la escuela primaria a los 13 años. Empezó la secundaria en Villa Dolores, pero por problemas de salud y de economía debió abandonar. A los 15, viajó a la provincia de San Luis a cosechar papa. Fue la primera vez que salió de su zona.

Luego trabajó nueve años en una empresa vial, pero otra vez volvió a sus pagos, “y a la papa”.

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Desde abajo

Elías, conocido como “Pelado”, se destacó siempre entre los suyos por su solidaridad.

Por eso no fue extraño que le propusieran sus compañeros del campo entrar en política. El pueblo de San Vicente venía de décadas de ser gobernado por miembros de una familia cuyo consenso estaba en crisis.

Desde los surcos, motivado por amigos, empezó a trazar su campaña. Un compañero le consiguió “el sello” de un partido. Otra amiga aportó dinero para la campaña. “Empezamos a trabajar, salí en positivo de entrada, y me fue bien” recuerda ahora. Elías trabajó en el campo hasta días antes de asumir su función pública, el 10 de diciembre de 2019.

En abril pasado, junto a autoridades provinciales, Elías inauguró un Cenma (Centro Educativo de Nivel Medio para Adultos) en su pueblo. Ahi nomás se inscribió en primer año y comenzó a cursar de 19.30 a 23, junto a conocidos de toda la vida.

“Era una deuda que tenía conmigo mismo. Pero a todos nos sirve, la educación nos puede sacar de la pobreza”, enfatiza, cada vez más convencido.

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