Para el firmante de esta nota volvimos a los años de Carlos Saúl con dos ofertas electorales dominantes: ajuste salvaje o negociado. La pregunta es si quienes se harán cargo del incendio tendrán las condiciones de posibilidad que permitieron el desparramo menemista.

El presente argentino parece la crónica de un menemismo anunciado. Los menemistas volvieron y coparon el escenario: Domingo Cavallo esparce consejos sobre economía, Javier Milei llenó sus listas con técnicos del CEMA (¿no habían cerrado ese antro?), y fracasó con Martín Menem en La Rioja; Carlos Corach elogia a Sergio Massa y hasta Luis Barrionuevo, quizá la cría sindical más ilustre del menemismo, apareció entre uno de los patrocinadores de la candidatura efímera del representante de la generación diezmada (Eduardo “Wado” de Pedro).

Sin embargo, este menemismo no tiene gracia, te dice lo que va a hacer e igualmente pretende que lo votes. Sin promesas desmesuradas (“revolución productiva” o “salariazo”) ni grandes traiciones. Sin el pum para arriba de masas con el que Marcelo Tinelli musicalizó la década; a lo sumo el bullish de Carlos Maslaton que entusiasma a la vanguardia progresista. Sin revista Unidos que se despida temprano. Sin joyas de la abuela: el litio ya nace rematado, casi como el gas o el petróleo. Queda poco y nada por vender, sólo el alma al diablo. Ningún margen para endeudarse porque tenemos la deuda eterna.

Los menemistas de hoy prometen todos sus defectos y ninguna de sus virtudes. Si el menemismo original agregó el amarillo menemista a la paleta cromática de la época -como escribió la periodista Luciana Vázquez (1)-, en la actualidad nos ofrecen un menemismo gris. Ajuste salvaje o ajuste negociado porque así lo dictan las reglas burocráticas del mundo contemporáneo. Realismo capitalista y correlaciones de fuerza, ensayo radical sobre la resignación.

Texto y contexto

Carlos Saúl Menem, la pinta de 1980.

Una versión del neomenemismo naciente viene con el “Grupo de los 8” adentro porque texto y contexto es el nuevo mantra justificalotodo, ya lo dijo Cristina en una clase magistral. Te amo / Ok, pero texto y contexto. El fin justifica los medios y el contexto, cualquier texto. Martín Guzmán era un hombre del Fondo Monetario Internacional; Massa sobrecumplió las metas del ajuste exigido por el Fondo Monetario Internacional, pero texto y contexto. Me extraña araña, ¿no leíste Pierre Menard? No escribirás dos veces el mismo Quijote, no te bañarás dos veces en el mismo texto y no sufrirás dos veces el mismo ajuste. Lo dijo Cristina y lo explicó Maslaton. No se diga más.

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No hace falta llegar al fin del cuento para saber que el traidor y el héroe son la misma persona en una de las variantes de este neomenemismo. Sergio Masa es Fergus Kilpatrick (N del E: el conspirador irlandés que termina asesinado en el célebre cuento del Borges) narrado en tuit. Cuánto más barato está, más caro se vende; pone plata en todas las gomerías, pero nadie le cambia las cuatro cubiertas y tiene un día de la lealtad porque los otros 364 se dedica a sus contrarios.

El garrochismo es su forma de ser y para digerirlo mejor le pusieron un etiquetado frontal que dice: “Alto en pragmatismo”.

Incluso después de la gran transformación, del giro brusco hacia el neoliberalismo puro y duro, el menemismo original fue hábil en la venta de ilusiones reales: shoppings, celulares, 4×4, 1 a 1, sushi; Puerto Madero y los secretos del buen vivir a la vista de todos y todas; Miami acá nomás, Punta del Este a la vuelta de la esquina (con casamiento de Galimberti incluido). Hasta la gran (contra) revolución menemista vino con los puños cargados de una ilusión de futuro. Unió -real y artificialmente a la vez- el peso con el dólar y Recoleta con La Matanza. Esos fueron los componentes de una ideología con pretensiones de universalidad con la que revistió su hegemonía basada en un consenso negativo.

Se necesitan derrotas ejemplares

La coyuntura tiene a mucho menemismo que volvió a levantar la voz, pero carece de lo menemista. Porque el sustrato de lo menemista radicó en las condiciones de posibilidad que permitieron su emergencia. Un nacimiento que tuvo un parto violento entre 1989 y 1991, antes de que se desate la fiesta y que se imponga la “economía social de mercado”. Un parto que comenzó con el terror económico de la hiperinflación (apenas siete años después de la caída de la dictadura). La respuesta sindicalista a tremendo problema político condujo a la impotencia y una modificación capilar de las relaciones de fuerza, a una posición inerte. La amenaza hiperinflacionaria operó como factor coercitivo para la construcción del consenso menemista. Detrás de todo gran consenso hay una gran coerción. Un cambio que terminó de consolidarse con las derrotas de las privatizaciones en general y con dos, en particular: Entel y Ferrocarriles Argentinos (en el primer caso, el gobierno hizo intervenir a las mismísimas FFAA y a la gendarmería y la segunda fue una de las huelgas más largas de la etapa democrática). Telefónicos y ferroviarios fueron a Menem lo que la derrota minera -columna vertebral del movimiento obrero británico- a Margaret Thatcher o los controladores aéreos (más de 11 mil despidos) a Ronald Reagan. Solo después de ese comienzo violento, Menem pudo gozar de los beneficios del “neoliberalismo normativo” que regía en el mundo, según la sugerente periodización de William Davies.

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La reestructuración que el mundo capitalista contemporáneo le exige a este país oprimido y tenaz requiere de derrotas ejemplares de esa magnitud para las que están obligados a reunir las condiciones políticas. ¿Quién le pone el cascabel al gato luego del fiasco del “aperturismo bobo” del macrismo y de la impotencia del dirigismo estatal con un Estado raquítico? El aviso de incendio vino desde Jujuy donde gobernaba el “consenso del 70%” que reclama el embajador norteamericano, Marc Stanley. En medio del levantamiento provincial, Gerardo Morales dejó en el camino girones de su propia reforma reforma constitucional y su ex vicegobernador, el massista Carlos Haquim, pegó el salto hacia el peronismo en medio de la hecatombe.

El verdadero “nudo” quedó en evidencia con el conflicto del transporte: entre el Estado hasta donde sea posible y el mercado hasta donde sea necesario, se esfumaron los millonarios subsidios y perdieron los trabajadores -que fueron rehenes de las empresas que quieren más “teta del Estado”- y los usuarios que quedaron varados. El que quiera encontrar “casta” en ese berenjenal, la tiene al alcance de la mano.

En la Argentina sobra crisis y falta crisis. La crisis crónica provoca desilusión, desencanto, pero no alcanza la consistencia de una catástrofe disciplinadora. El neoliberalismo en el mundo dejó atrás su armónica etapa normativa y tomó una agresiva forma punitiva. El signo de los tiempos no está para nada claro con vientos que soplan en todas las direcciones.

Polarizar hasta que les duela (a lo Patricia Bullrich o Javier Milei) o buscar el equilibrio del extremo centro, todo en el terreno electoral, no se traduce mecánicamente en un nuevo orden. Porque los neomenemistas están afectados por la misma ecuación: son todo lo menemista que les permite la relación de fuerzas.

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Todos agitan el permanente sentido de la urgencia, pero cuando se despierten el día después de las PASO, las generales o el balotaje, el laberinto argentino todavía estará ahí, aunque la tradición de las generaciones muertas oprima como una pesadilla el cerebro de los vivos.

(1) La novela de Menem. Ensayo sobre la década incorregible (Sudamericana, 2000)

FUENTE: Panamá Revista.

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