Sin embargo el mes anterior Peebles había sido invitado por la Universidad John Hopkins en Bal­timore para hablar sobre su trabajo. El 19 de febrero presentó sus ideas y lo que ocurrió a con­tinuación es una de esas cadenas de coincidencias con las que nos obsequia la vida. A la charla de Peebles asistía un radioastrónomo de la Carnegie Institution de Washington, Kenneth Turner. Turner era, además, un viejo amigo de Peebles de sus días de estudiantes en Princeton.

Fascinado con la idea, Turner se la comentó a otro radioastrónomo amigo suyo, Ber­nard Burke. Burke, por su parte, durante una con­versación informal con otro colega llamado Arno Penzias le preguntó cómo iban las mediciones en la nueva antena que los Laboratorios Bell estaban constru­yendo. Penzias le mencionó que tenían ciertos problemas porque habían detectado unas señales completamente inexplicables. Burke se acordó de lo que le había comentado Turner y le dijo a Penzias que había un grupo de físicos teóricos en Princeton que quizá pu­dieran arrojar algo de luz sobre el problema. Penzias llamó a Princeton y el grupo de cosmólogos al que pertenecía Peebles se puso en camino hacia Crawford Hill, el lugar donde Laboratorios Bell estaba poniendo en fun­cionamiento su nueva antena de radio. 

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