Al sur de la península arábiga se encuentra el desierto de ar-Rub Al-Jali, que ocupa una superficie mayor que la Península Ibérica y es una de las regiones más ricas en petróleo del planeta. Allí las dunas sobrepasan los 300 metros, en verano la temperatura supera los 55º C al mediodía y por cuyo interior ni siquiera los beduinos se atreven a viajar. Su nombre significa la región vacía. En febrero de 2006 un equipo de científicos lo exploró bajo los auspicios del Servicio Geológico Saudí, encontrado diferentes tipos de fósiles y meteoritos. Increíblemente, el desierto no está tan vació como se creían: los científicos encontraron 31 especies de plantas y 24 de pájaros, además de arañas y roedores.

No siempre ha sido así de inhóspito. Antes de 300 a. C. lo cruzaban las caravanas del comercio de olíbano o francoincienso, una resina aromática usada por los somalíes como goma de mascar tras las comidas. El incienso que según cuenta la leyenda cristiana llevaron los Reyes Magos al niño Jesús era, en realidad, olíbano. Según la tradición en esta ruta del incienso que iba de la India a Egipto se encontraba la ciudad de Iram o Ubar, también conocida como la Ciudad de los Mil Pilares, y cuya existencia sólo está atestiguada por las historias fantásticas que los beduinos se cuentan por la noche en los oasis.

Se supone que existió desde 3000 a.C. hasta el primer siglo d.C. Según la leyenda, se enriqueció gracias al comercio con las ciudades costeras de Oriente Medio y Europa. En el Corán se dice que Iram estuvo habitado por los ’Ad, una tribu cuyo origen se remonta a los bisnietos de Noé y que habitaban el este de Yemen y el oeste de Omán. El pueblo de ‘Ad acabó convirtiéndose en un reino que existió desde el X a.C. hasta el II d.C.

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El destino de la ciudad ded Iram fue similar al de Sodoma y Gomorra. Según el Corán los ‘Ad fueron un pueblo que «construyó en cada colina un monumento» y sus miembros «hacían esas construcciones con la idea de ser inmortales». Les fue enviado el profeta Hud (que algunos identifican con un personaje menor del libro del Génesis, Heber) para advertirles del mal camino que estaban tomando: “¡Temed, pues, a Dios y obedecedme! ¡Teméis a Quien os ha proveído de lo que sabéis: de rebaños e hijos varones, de jardines y fuentes! ¡Temo por vosotros el castigo de un día terrible!” Ellos se negaron a obedecer amparándose en que solo hacían “lo que acostumbraban a hacer los antiguos”. En Las Mil y Una Noches –donde el nombre de Iram aparece en distintas ocasiones, como en las aventuras de Simbad el marino– nos revela el nombre de su rey: Shaddad, que desoyó los avisos de Hud. Dios castigó a la ciudad sepultándola bajo la arena.

La región donde se supone habitaron los ‘Ad fue descrita por Claudio Ptolomeo en su libro Geographia y la llamó Ubar, de ahí que la ciudad perdida haya recibido con el tiempo este nombre. Donde termina la historia empieza la leyenda, que va cobrando tintes cada vez más fantásticos; en este caso, la ciudad fue ganando con el tiempo tesoros, riquezas y avanzados conocimientos hasta el punto que el famoso Lawrence de Arabia la llamó “la Atlántida de las arenas”.

En 1932 el primer occidental en cruzar este peligroso desierto arábigo, Bertram Thomas, explicaba en su libro Arabia Felix cómo a seis días del pozo de Ahiaur, un asentamiento estacional en el suroeste de Omán, sus compañeros árabes de expedición le señalaron unas débiles marcas en el suelo y le dijeron que era “el camino de Ubar”. Todo lo que el británico vio fue una antigua senda de camellos que sugería una ruta de caravana que se dirigía al norte, a la región vacía. Los árabes le dijeron que llevaba a una ciudad fortificada, repleta de riquezas y jardines, que ahora se encontraba enterrada bajo las arenas. Veinte años más tarde, otro explorador británico, Wilfred P. Thesiger, escuchó de labios de sus amigos beduinos la existencia de “la ciudad perdida de Ad bajo las arenas de Jaihman, a poco más de un día de viaje al sur”. Desde entonces Ubar durmió el sueño de otras tierras de leyenda hasta que a principios de los 1980 un grupo de investigadores, deseosos de resolver el enigma, enfocó los satélites del programa LANDSAT de la NASA, destinado a observar a alta resolución la superficie terrestre, a aquella inóspita región del mundo.

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