La desdichada vida de Kepler

Kepler nació en 1571 en Weil der Stadt, Württemburg, Alemania, y sufrió una juventud miserable. A su padre, Heinrich, lo describe como un hombre vicioso, inflexible, pendenciero y destinado a acabar mal. Soldado de fortuna, mercader y tabernero, por razones que desconocemos estuvo a punto de ser ahorcado en 1577. A su madre Katherine la dura pluma de Kepler le tiene destinados unos epítetos parecidos: herbolaria, murmuradora, pendenciera y de mal carácter.

Enfermizo hasta la náusea, durante sus años de niñez y juventud Kepler lo padeció prácticamente todo: malas digestiones, forúnculos, miopía, doble visión, manos deformadas a consecuencia de una viruela que casi le lleva a la tumba, un extravagante y largo surtido de enfermedades de la piel como la sarna y, según describe el astrónomo, «heridas podridas crónicas en los pies». Si esto no fuera bastante, sus primeras relaciones sexuales en la Nochevieja de 1592, fueron cualquier cosa menos placenteras. Las tuvo «con la mayor dificultad concebible, experimentando un agudísimo dolor en la vejiga».

No creo que pille muy de sorpresa saber que, además, sus compañeros de clase no lo tenían en muy alta estima. Algo que ni él tenía de sí mismo; se describía como una persona «con una naturaleza en todos los sentidos muy perruna».

El experimental Brahe contra el teórico Kepler

En 1600 dos grandes mentes unían sus fuerzas: Brahe, el experimental, y Kepler, el teórico. Ninguna otra persona sobre la Tierra hubiera podido hacer lo que el ingenio de ambos consiguieron: Brahe, unas mediciones de las posiciones de los planetas casi perfectas; Kepler, sacarle todo el jugo a ese trabajo.

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Ambos astrónomos eran diametralmente opuestos en su aspecto y caracteres. Brahe era un vividor. Lucía una barriga de inmensas proporciones producto del buen comer y mejor beber y una nariz metálica, pues había perdido el hueso nasal en un duelo de juventud. Por el contrario, Kepler era huraño, neurótico y lleno de odio hacia sí mismo. Pero en algo coincidían: ambos eran arrogantes y vociferaban por cualquier cosa. Siempre estaban riñendo, sobre todo cuando Kepler le pedía más datos observacionales y Brahe se los negaba. No sin motivo; Brahe era consciente de la inteligencia de Kepler y temía que su genialidad lo eclipsara. Pero también sabía que si mantenía este estado de cosas Kepler acabaría hartándose y se marcharía a otro sitio. Entonces urdió un plan maquiavélico: le dejaría elegir las observaciones que necesitase de un único planeta, Marte.

¿Por qué? Tycho sabía que Marte presentaba una dificultad casi insuperable. Al estar cerca de la Tierra, se podía determinar su posición en el cielo con gran exactitud lo que hacía que ni la teoría geocéntrica ni la heliocéntrica eran capaces de dar cuenta de su órbita. Kepler, por supuesto, no sabía nada de esto. Durante la cena, Kepler, henchido de orgullo, profetizó que lo resolvería en ocho días.

Ocho años más tarde todavía trabajaba en el problema.

Tycho Brahe murió el 24 de octubre de 1601 tras un atracón de carne y cerveza durante un banquete. No llegó a conocer el gran triunfo de Kepler cuando descubrió que la órbita de Marte era una elipse centrada en el Sol.

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