La radio de ET

Para los defensores de la existencia de civilizaciones extraterrestres la opción más sencilla que ellos tienen para contactar con nosotros es a través de las ondas de radio: son fáciles y baratas de generar y llegan lejos, además de no verse afectadas por las nubes de gas interestelar. Esta es la base del programa SETI que se convirtió en una línea de investigación legítima cuando en 1959 dos físicos, Philip Cocconi y Guiseppe Morrison, publicaron un artículo en la revista Nature donde proponían que la mejor manera de buscar otras civilizaciones era usando la estrategia de las “frecuencias mágicas”. En esencia es una variante del “yo sé que tú lo sabes que yo lo sé”: si los ET poseen una ciencia similar a la nuestra tendrán radiotelescopios con los que estarán estudiando el universo, y sabrán que la mejor forma de hacerlo es sintonizando la emisión del hidrógeno neutro en 1 420 MHz, también conocida como la línea de los 21 cm. Por tanto, si nos quieren enviar señales utilizarán esa frecuencia pues sabrán que nosotros escuchamos en esa longitud de onda.

Con el tiempo, y el aumento en la velocidad de análisis de las señales, el dial de la “radio SETI” fue aumentando hasta cubrir desde los 1.000 a los 10.000 MHz. Ahora bien, para que una emisión sea efectiva y no se disipe, la anchura de banda –el intervalo de frecuencias que ocupa una emisora en el dial- debe ser, como mucho, de 1 Hz. Esto nos da la friolera de 10 000 millones de canales para explorar en cada estrella: dedicando solo un segundo por canal, analizar solo una estrella nos llevaría 317 años. Se necesitaba un revulsivo tecnológico, que se dio en 1981 cuando Paul Horowitz creo la Maleta SETI, un dispositivo capaz de analizar 128 000 canales. Y en los 90 nació BETA, capaz de analizar mil millones de canales.

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¿Natural o artificial?

Falsas alarmas como la ‘señal Guau’ suceden con cierta frecuencia. El 15 de mayo de 2015, cuando unos astrónomos rusos detectaron con el radiotelescopio RATAN-600, situado en el Cáucaso, una extraña radioemisión que parecía provenir de la estrella HD 164595 de la que se sabe que posee un planeta del tamaño de Neptuno. Y como siempre sucede en estas cosas, los medios pronto se hicieron eco de la noticia. Poco tiempo después llegó el desencanto: la misteriosa señal tenía un origen terrestre. Lo mismo sucedió con el gigantesco rediotelescopio chino FAST: en junio de 2022 saltó a los titulares de la prensa que habían detectado tres señales que podrían tener origen extraterrestre. Todo ha quedado en agua de borrajas.

Claro que nuestra capacidad de detección de señales extraterrestres dependen fuertemente de nuestra tecnología. En el universo podrían existir seres como los Señores del Tiempo de la longeva serie de televisión británica Doctor Who, una raza que ve todo lo que es, lo que fue, lo que será, y todo lo que podría ser en el tiempo y en el espacio, pero contactar con ellos sería imposible: ni nosotros seríamos de interés para ellos -salvo por cuestiones puramente antropológicas- ni habría manera de establecer una comunicación inteligible. ¿Hasta qué punto podremos detectar las señales que nos envíen civilizaciones más inteligentes que nosotros?

Referencias

Goldsmith, D. y Owen, T. (1993) The search for life in the universe, Addison-Wesley

Harrison, A. A. (1997) After Contact, Plenum Press

Sagan, C., Shklovskii, I. S. (1981) Vida inteligente en el universo, Editorial Reverté

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