El 12 de septiembre de 1957 el publicista James M. Vicary anunciaba la creación de una nueva compañía: la Subliminal Projection Company. Su pretensión era hacer dinero con su gran descubrimiento, realizado en un cine de Fort Lee, en Nueva Jersey. entre los fotogramas de la película ‘Picnic‘ había insertado dos mensajes, “beba Coca-Cola” y “coma palomitas”, en flashes de una tresmilésima de segundo de duración. Según dijo, con ello había conseguido que las ventas de palomitas aumentaran un 58% y las de Coca-Cola un 18%.

En los años siguientes se pidió a Vicary que explicara los datos obtenidos y detallase la descripción de los procedimientos seguidos. Vicary contestó que no los había escrito pero que lo haría en breve. Nunca lo hizo. Al final, en 1962, Vicary reconoció la pantomima en una entrevista para la revista Advertising Age: “No hicimos ninguna investigación excepto la que necesitamos para registrar una patente”. El famoso experimento de las palomitas nunca se hizo.

Pero la idea de la publicidad subliminal ya se había instalado en la mente de la sociedad. A mediados de los 1970 algunos autores nos convencieron de que había mensajes ocultos incitando a la excitación erótica en prácticamente todos los anuncios publicitarios: la palabra sexo oculta tras un cubito de hielo, una sombra con forma de pene… Algo que, por supuesto, nos influía de forma inconsciente. Una década más tarde se dio una vuelta de tuerca y lo subliminal empezó a venderse como parte de nuevos métodos de autoayuda: aprenda mientras duerme, pierda peso mientras conduce o hágase rico escuchando nuestros mensajes subliminales. La idea subyacente era que, debajo de esa música que sonaba en el cd habían insertado mensajes sobre lo bueno que es el ejercicio, o comer pocas calorías y menos azúcares, de los que no éramos conscientes. El punto clave estaba en que afirmaban que tales mensajes se clavaban en el inconsciente del tal manera que nos obligaba a seguirlos; era como si programaran nuestra mente inconsciente para hacerlo.

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Esta creencia se extendió tan rápidamente que en 1990 el Instituto Nacional de Salud Mental de EEUU financió un estudio a gran escala para comprobar la efectividad de las grabaciones de autoayuda para dejar de comer, fumar… Dirigido por Anthony Greenwald, profesor de psicología de la Universidad de Washington, el resultado fue inapelable: no tenía ningún efecto.

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