El acebo (Ilex aquifoluim) es una planta de porte arbustivo o arbóreo, de no más de 10 metros de altura. Su característica más llamativa son sus hojas, perennes, anchas, duras y coriáceas, de un color verde intenso, cuya epidermis está recubierta de una capa gruesa de ceras que reduce la evapotranspiración. Tiende a presentar espinas duras y afiladas en el borde de las hojas, como mecanismo de defensa ante la depredación de los animales herbívoros. Las ramas bajas son más susceptibles de ser consumidas por cabras, cérvidos y otros ramoneadores, de ahí que esta característica sea más común en ellas, y desaparece gradualmente en las ramas más altas.

El acebo es una planta dioica, es decir, las flores masculinas y femeninas aparecen en distintos pies de planta. El fruto es un drupilanio, del mismo tipo que la acerola. Se trata de un tipo de fruto similar a la drupa, como el melocotón o la aceituna, en el que la capa más interna del fruto está engrosada, es dura y forma el hueso que protege la semilla. Pero, a diferencia de estas, el drupilanio presenta varios huesos, no uno solo. En el caso del acebo, suelen ser de dos a cinco huesos —lo habitual es que sean cuatro— y cada uno encierra una sola semilla.

El color tan llamativo del fruto rojo muy vivo y brillante, es el rasgo que le da valor ornamental. Sin embargo, puede convertirse en un riesgo por las concentraciones tan altas de saponina que contiene, un principio activo que interactúa con las membranas celulares, disolviéndolas. Su consumo puede provocar indigestión de gravedad variable, que cursa con náuseas, vómitos, diarreas y calambres abdominales. Además, el contacto prolongado o repetitivo puede causar dermatitis y sensibilización alérgica.

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