Una especie en peligro de extinción es más fácil que obtenga un buen nivel de protección o planes para su recuperación, cuanto más concienciación se genere sobre ella, independientemente de su valor real en el ecosistema, o del hecho de que, en ocasiones, conservar a una especie sin preservar su ecosistema es una acción inútil. De nada serviría desarrollar planes para mantener y recuperar el lince ibérico, si no incluyen formas de conservar el entorno en el que el lince se desenvuelve, incluyendo sus presas, las plantas de las que se estos se alimentan, el suelo donde crecen y el microbioma que cierra los ciclos del ecosistema.

Por otro lado, hay muchas especies en peligro crítico de extinción que no son conocidas y que, probablemente, se extingan sin que lleguemos a conocerlas. Esas especies tienen su valor intrínseco, que no se mide en dólares o en euros —y que no tenemos unidades para medirlo—.

Dada esta complejidad, algunos autores proponen emplear un tercer tipo de valores, más holísticos y, además, más perceptible por la sociedad, que se aleja de la mercantilización pero que mantiene al ser humano como participante y como integrante del mismo. Son los valores relacionales.

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