En 1967 el físico Feinberg postuló la existencia de unas partículas capaces de viajar a velocidades superiores a la de la luz, los  taquiones. Cuatro años más tarde Bendford, Book y Newcomb estudiaron las consecuencias de este hecho a partir de la llamada paradoja de Tolman -enunciada en 1917- donde se demuestra que enviar señales a mayor velocidad que la luz implica comunicarse con el pasado. ¿Por qué?

Imaginemos que jugamos con un frisbee taquiónico. Vemos cómo nuestro amigo hace el movimiento de lanzárnoslo y segundos más tarde, mientras la imagen del frisbee viaja hacia nosotros ¡nos lo encontramos en las manos! Esto es así porque al ir más deprisa que la luz, que es la que nos trae su imagen a la retina después de chocar con el frisbee, leste lega antes que ella. Aún más. La secuencia de imágenes que veríamos sería: primero, evidentemente, la que nos traen los fotones cuando el frisbee está a 5 metros de nosotros, después la de 15, seguidas de las de 30, 45… hasta que la última sería la del frisbee saliendo de la mano de nuestro amigo. Dicho de otro modo: el frisbee llega a nuestra mano antes de que lo veamos salir.

Esto, por supuesto, implica serias paradojas, como la que aparece si tratamos con sucesos dependientes unos de otros. Imagínese que Mamen y Esther han heredado dos teléfonos taquiónicos de forma que pueden mandar un mensaje al pasado que llega sólo con una hora de desfase: si se envía un mensaje a las 3, se recibirá a las 2. Ambas deciden que Mamen enviará un mensaje a las 3 si no ha recibido antes el de Esther a la 1. Por otro lado, Esther enviará el suyo un poco después de las 2 si ha recibido el de Mamen a las 2. ¿Enviará Esther el mensaje? Que Esther envíe su mensaje a las 2 depende de que Mamen envíe el suyo a las 3, pero (y aquí está lo más paradójico) Mamen lo hará si no recibe el de Esther: la comunicación se dará si ésta no se efectúa.

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La idea de velocidades hiperlumínicas no era más que un divertimento teórico hasta que en los Laboratorios Bell, primero en 1970 Goffrey Garrett y Dean McCumber, y luego en 1982 Steven Chu y Stephen Wong las volvieron a poner en la palestra, demostrando que se podían obtener empíricamente.

En las últimas décadas los efectos superlumínicos han saltado a las páginas de las revistas científicas gracias a un fenómeno bastante fantasmal de la teoría cuántica: el efecto túnel. Todos sabemos que al lanzar una pelota hacia arriba de una colina, si no la tiramos con energía suficiente ésta se detendrá y volverá a bajar. Ahora bien, según las reglas de la mecánica cuántica esto no tiene por qué ocurrir siempre: hay cierta probabilidad de que la pelota surja como por ensalmo en el otro lado. Esto no no quiere decir que la pelota pueda aparecer dentro de la colina, porque no hay sitio donde pueda colocarse; es como si excavara un túnel hasta el otro lado, donde sí tiene espacio en el que quedarse. Es este paso el que se verifica a una velocidad mayor que la luz. Y eso es lo hizo el grupo del alemán Günter Nimtz en 1994: transmitir la sinfonía número 40 de Mozart a través de una barrera de 11,4 cm de anchura. Según su interpretación, bastante controvertida, esto se realizó a una velocidad de 4,7 veces la velocidad de la luz.

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