En las elecciones españolas –pese a lo hecho por un correcto gobierno de centroizquierda- arrasaron las derechas mientras que las izquierdas sufrieron una debacle. Un análisis que merece tenerse muy en cuenta para lo que sucede en Argentina.

I

El resultado de las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo es devastador para la izquierda. La socioliberal del PSOE y la alternativa. Sin paliativos. Más dramático porque tienen lugar en una coyuntura de elevado empleo. Con un gobierno que ha rehecho una parte de los destrozos sociales provocados por las políticas de ajuste que realizó el PP: reducción del empleo temporal, revalorización de las pensiones, aumento del salario mínimo, ertes (Expedientes Laborales de Regulación del Empleo) que evitaron la destrucción masiva de empleos, etc. Es cierto que no es un panorama de color de rosa, que la inflación sigue deteriorando los salarios reales y la vivienda constituye una cuestión de gran envergadura. Pero cuando se comparan las políticas que realizó el PP con las de este último mandato, el impacto social es totalmente favorable a la gestión del Gobierno de coalición. La economía no parece ser la causa central que explica la debacle de la izquierda y el ascenso del bipartito reaccionario.

Tampoco es suficiente para explicar el resultado el impresentable enfrentamiento entre Podemos y Sumar. Seguro que ha tenido un impacto, pero este solo explicaría los problemas del espacio de la izquierda alternativa, no el descenso del PSOE. Puede comprobarse, además, que gran parte del ruido entre ambas formaciones casi desapareció cuando empezó la campaña electoral. Y en muchas partes Izquierda Unida y Podemos fueron de la mano y contaron con el apoyo de Yolanda Díaz (N del E: militante gallega, referente política de la izquierda y ex funcionaria de alto rango que llegó a vicepresidnta segunda del gobierno). Fue una pacificación demasiado tardía, cuando ya se habían generado daños, pero es sólo una parte de la cuestión.

Lo que ha triunfado es una derecha trumpista en sus dos variantes, la «moderna» y la «carpetovetónica» (N del E: la expresión refiere a un hispanismo a ultranza que confronta contra cualquier presunto influjo externo y nocivo, como sucedió, entre otros procesos históricos, con el franquismo). Una derecha que cuenta en su haber un balance impresentable de gestión. Y que tampoco se ha preocupado mucho por presentar programas de acción mínimamente elaborados. Bastó una política agresiva de descalificación, de generar debates estentóreos, de agrandar las críticas al gobierno para alcanzar un éxito que, en su dimensión, posiblemente ni ellos esperaban.

Manifestantes de Vox en las calles con su líder, Santiago Abascal, en el atril.

II

Muchos de los análisis que hacemos sobre el comportamiento electoral parten de lo que considero un supuesto erróneo (al menos parcialmente erróneo): el del elector racional. La persona que es capaz de conocer bien sus necesidades e intereses, que sabe lo que proponen los partidos, que los valora basándose en el conocimiento que tienen de su actuación cuando han estado en el poder y tiene algunas ideas de lo que proponen para el futuro. La decisión del voto se tomaría tras efectuar todo este proceso de evaluación. Esta hipótesis da mucha importancia a las cuestiones materiales, a la evaluación de la calidad de las políticas. Y creo que acaba resultando inadecuada para entender lo que realmente ha pasado.

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De entrada, tiene bastantes agujeros. El debate intelectual sobre necesidades humanas ha puesto de manifiesto su complejidad. La psicología cognitiva ha descubierto que los procesos de toma de decisiones pocas veces se ajustan al esquema anterior. Tomamos muchas decisiones sobre la base de unos pocos datos, lo que acorta los procesos —y es muy útil para la vida cotidiana— pero también puede generar muchos errores. En nuestras acciones tiene importancia el contexto, el marco de relaciones en el que operamos, las ideologías que en cierta medida nos fidelizan a un proyecto, nuestras aspiraciones no necesariamente sólidas, la presión del entorno. Vivimos siempre en un mundo de información imperfecta y demasiada información nos aturde, como podemos comprobar en el mundo de las redes. Y, además, para una gran mayoría de la población la política es un tema menor, una interferencia en sus vidas privadas y, posiblemente, dedica muchos menos esfuerzos a analizar las opciones políticas que a evaluar los bienes y servicios que compran.

Tengo la impresión de que la izquierda alternativa sabe poco de qué cosas son cruciales en las decisiones de los votantes. El análisis cuantitativo de los resultados electorales, su cruce con datos estadísticos, su comparación en el tiempo aporta una información relevante. Pero no es completamente informativa, puesto que los cambios en el voto son procesos de «salida», poco informativos sobre las razones que ha provocado la misma. Sabemos, eso sí, que los pobres votan mucho menos que los ricos y que determinadas opciones políticas tienen alguna relación con las desigualdades. Pero saber que el alejamiento de la política es mayor cuanto más pobre es la gente no es suficiente para entender este aislamiento.

Sugiero dos hipótesis de trabajo complementarias. La primera es que su alejamiento del poder real les impide entender adecuadamente el papel que juega la política y cómo está podría ayudar a mejor su situación. La segunda es que, con la política normal, nunca se producen transformaciones suficientemente importantes en su condición como para ver en ello un espacio central de actuación. Sólo en momentos puntuales, como en 2015, se producen coyunturas movilizadoras, pero como después no se traducen en cambios sustantivos renace la desmovilización. Sería bueno, en cualquier caso, poder contar con buenas investigaciones sobre qué es lo que influye en las decisiones electorales. Sospecho que los grandes aparatos de la derecha pueden tenerlos y saben lanzar las campañas que tocan la fibra a este grupo de votantes volátiles que son los que en definitiva deciden las elecciones.

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Por mi experiencia a ojímetro creo que a un sector de gente le influyen más cuestiones triviales o secundarias, pero que les afectan de modo directo, que no una visión general de las políticas. Mi percepción está basada en las interpelaciones que recibo —o que me cuenta mi entorno—, sobre todo en el barrio y el mundo vecinal. Sin perder de vista el papel que tienen los distintos medios de comunicación —incluidas las campañas en redes— a la hora de configurar las percepciones de la gente, importa focalizar determinados temas, en definitiva, construir hegemonía. Por ejemplo, mi distrito barcelonés es el que experimenta una tasa menor (sustancialmente menor) de hechos delictivos y, en cambio, es donde la cuestión securitaria ocupa mayor papel como problema. Como me hizo ver un periodista del barrio, esto seguramente tiene que ver con que es la zona de mayor predominio de audiencia de Tele 5 y Antena 3 y donde buena parte del vecindario recibe a diario una cuota de alarmismo prefabricado.

 

La derecha lleva muchos años construyendo un relato de miedos, irracionalidad y sensiblería. Se apoya en el impacto que a una parte de la población le genera la presencia creciente de vecindario extranjero, la crisis del patriarcado, la crisis ecológica y los intentos de regulación, o sea la ruptura de un modelo vital sobre el que habían conformado sus expectativas. Y le favorece también la crisis de sociabilidad generada por los cambios en la vida laboral y en el consumo. El bombardeo mediático y las batallas en las redes tienden a provocar miedo, irritación, bloqueo de empatía, debilitamiento de los nexos sociales y sobre ello la derecha tiene un terreno fértil en el que abonar su proyecto hegemónico, neoliberal, autoritario. Es difícil desentrañar cuáles son los elementos concretos que han intervenido en esta coyuntura concreta. Valdría la pena tratar de averiguarlo. Pero, en todo caso, se han desarrollado sobre una tendencia de largo plazo, transnacional, de derechización y quiebra de la cultura democrática.

III

El destrozo electoral ya está hecho. Puede ser mayor el 23 de julio si se repite un resultado parecido. No sabemos las razones que han impulsado a Pedro Sánchez para convocarlas, pero podemos imaginar algunas plausibles. En primer lugar, evitar que la prolongación de la situación hasta fin de año provoque un mayor deterioro de su posición, tanto por el acoso de una derecha crecida como por la posible crisis interna de su propio partido.

Cuando las cosas van mal, se agudizan los conflictos y no es difícil colegir que el ala derecha del partido (tan derrotada como las otras) tratará de achacar la derrota a las excesivas concesiones realizadas a los socios de Gobierno y a sus apoyos parlamentarios. En segundo lugar, es posible que en la dirección del PSOE piense que el fracaso de mayo va a generar una catarsis que movilizará a su electorado y se pueda ganar así la «eliminatoria de vuelta». Y en tercer lugar, es también posible que la inmediatez de las elecciones impida cuajar el proyecto Sumar. El PSOE sigue pensando en clave bipartidista y puede que una izquierda dividida y débil le reporte voto útil. No sería la primera vez que ocurre. La primera mayoría absoluta de Felipe González y la primera victoria de Zapatero coincidieron con el hundimiento electoral del PCE (Partido Comunista Español) e IU (Izquierda Unida), respectivamente. Aunque tampoco es matemático: la mayoría absoluta de Aznar se alcanzó con una Izquierda Unida de capa caída. En todo caso, se trata de una más de las osadas maniobras que Pedro Sánchez ha sido capaz de adoptar a lo largo de su carrera. Si sale mal, vamos a tener el país más derechizado de la historia democrática.

Urna española que lleva a la pregunta conocida: ¿los votantes de Milei se lo pensarán dos veces antes de votar?

Urna española que lleva a una pregunta frecuente: ¿los simpatizantes de Milei se lo pensarán otra vez antes de votar?

Sumar, Izquierda Unida y Podemos han salido tocados de este proceso. Han dilapidado demasiado tiempo en querellas internas, en marcar territorios —especialmente Pablo Iglesias y su club de fans— y han sido incapaces de ofrecer serenidad y de crear una amplia red social que diera consistencia al proyecto. Aunque parte del ruido se ha disipado durante la campaña electoral, no parece que en un plazo tan corto de tiempo vayan a ser capaces de establecer un marco creíble, estimulante para revertir espectacularmente la situación. Contando además con el desánimo (y el agotamiento) que la derrota ha generado entre sus activistas, a los que ahora se les debe pedir que se reactiven, que encierren las divergencias y que se entusiasmen con un proyecto a medio hacer. En la pasada campaña, cuando la gente gritaba eufórica «presidenta» a Yolanda Díaz cada vez que intervenía en un mitin, siempre pensaba que hay demasiado inmediatismo y optimismo infundado cuando en realidad estamos viviendo un período de extrema y peligrosa derechización que sólo va a ser posible derrotar con un proceso paciente, sostenido en el tiempo, que sea capaz de aglutinar muchas fuerzas y generar dinámicas sociales que hagan frente, en serio, a todas las manifestaciones de la crisis ecosocial.

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(…) Fin de época. Parece que volvamos al punto de partida. En una coyuntura donde avanza el derechismo, el autoritarismo y la irracionalidad, cuando deberíamos estar enfrentando en serio la crisis ecosocial. Parece que la izquierda alternativa esta llamada cada poco tiempo a reinventarse, renovarse y renacer. Hace falta una mirada de largo plazo. Y mucha generosidad, tenacidad y creatividad para superar el tránsito y volver a empezar.

Imagen de apertura: detalle de ‘La Romería de San Isidro’, de Francisco de Goya.

FUENTE: mientras tanto.

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