Ni estallido de 2001, ni copia del Que Se Vayan Todos, ni “tres tercios”. Sí la ideología profunda y rabiosa de la Argentina monotributista. Como en 1975 o 1986, el país sale por derecha con hastío y consensos dinamitados.

1 – Esto no es (ni parece) el 2001

Muchas de las interpretaciones sobre el sorprendente desempeño electoral de La Libertad Avanza reenvían a las jornadas de diciembre de 2001 como escenario análogo de irritación social y desafección política. Sin embargo, consideramos, la repetición de una consigna y el virtual rechazo a la política institucional no constituyen necesariamente el mismo acontecimiento ni definen su significado.

La rebelión popular de 2001 fraguó un ciclo de movilización que habían madrugado los movimientos piqueteros en el segundo lustro de la década del 90, cuyos rasgos principales fueron la territorialización de la política -con la consecuente desinstitucionalización respecto del régimen político formal-, la horizontalidad asamblearia en el proceso de toma de decisiones colectivas y el corte de rutas/calles como puesta en escena de un reclamo por inclusión y dignidad.

La debacle económica y política del gobierno de la Alianza generó las condiciones para la incorporación de los sectores medios urbanos a una protesta cuyo significado fue prácticamente inverso al actual encono libertario, al menos en dos sentidos fundamentales: a) se trató de una protesta que no reivindicó, más bien cuestionó, cualquier forma de liderazgo personalista que condujera a una salida electoral y b) no se trató de una protesta antiestatal sino de un reclamo a la clase dirigente por la restauración de los bienes públicos desvencijados por las privatizaciones, descentralizaciones y desregulaciones aplicadas durante las reformas de mercado, impulsadas por el menemismo y sostenidas por la Alianza en su delirio monetarista.

De tal suerte, el “que se vayan todos” que atronó en aquel diciembre cacerolero no cuestionó la propiedad social y los bienes colectivos sino que, por el contrario y como supo interpretarlo NK, experimentó con formas de reapropiación de lo público a través de lo que podríamos llamar una movimentalización del estado que se expresó en asambleas barriales y populares devenidas activismos contraculturales, organizaciones socioambientales y movimientos feministas, para nombrar sus derivas más virtuosas. El “que se vayan todos” que el candidato libertario retomó sobre el cierre de la campaña alienta, precisamente, a desmantelar la misma trama que el mantra acuñado en 2001 intentó recrear y proteger. Claro que la descomposición de esa trama virtuosa de participación política organizada y expansión de derechos y protecciones no la inició Milei, pero supo cómo capitalizar -justamente- su deterioro con un discurso que se analiza en lo que sigue.

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2 – Esto no es (solamente) voto bronca/castigo

Claro que existe un componente de rechazo, de saturación irritada frente a la crónica incapacidad del sistema “bicoalicional” para resolver problemas estructurales que carcomen los ingresos y deterioran severamente la calidad de vida. El régimen de pluralismo fragmentado surgido de la rebelión de las patronales agropecuarias, cubrió la demanda política de una manera bastante efectiva con dos coaliciones que, sin embargo, por su fragmentación y debilidad institucional, no lograron recobrar una senda de crecimiento durante sus turnos de gobierno. Ninguna, ni Cambiemos ni el Frente de Todos, lograron articular, sea por consensos o hegemonía, los apoyos sociales, parlamentarios, institucionales y/o corporativos necesarios para encarar un modelo de desarrollo sostenible y previsible capaz de reducir la fragmentación y dispersión de los intereses al interior de cada una de esas esferas y entre ellas. En una curiosa alquimia, fortalecieron la representación política al precio del debilitamiento de sus capacidades de gobierno. De ahí esa sensación de hastío que el candidato piloso explota en la forma de un antagonismo respecto de “la casta”.

Triste, solitario y final el experimento de reunificación del peronismo concluye con mayor inflación y pobreza que su antecesor y sin haber intentado revertir políticamente esa debacle por sus inconsistencias internas. Quizá no sea tanto el fracaso como la inanidad del gobierno lo que siembra la desilusión que cosecha Milei a los gritos.

Ahora bien, Milei no viene con globos y revoluciones new age; su discurso no consiste en una despolitización tecnocrática sino todo lo contrario: en una politización flamígera de los consensos sobre los que descansa el pacto democrático argentino a 40 años de la recuperación del régimen: derechos (humanos y sociales) y justicia social (distributiva y/o compensatoria). Sentado sobre 7 millones de votos Milei cuestiona no ya la posibilidad sino la moralidad de los valores fundadores del peronismo.

Milei no viene con globos. Su discurso implica una politización flamígera de los consensos presuntos de 1983.

La retórica de Milei es profundamente ideológica en varios sentidos del término pero, sobre todo, en el más importante: expresa una relación entre gramáticas de la experiencia (tiempo, espacio, cuerpo) y retóricas de representación; funciona como una fantasía atractiva para aquellos que lo votan, que no lo hacen solo por desbancar a la casta sino que se fascinan con sus propuestas libertarias dado que interpelan sus formas de vida. La acumulación de flexibilidad -pluriempleo y multidimensionalidad del trabajo-, precariedad -descolectivización de las relaciones laborales- e inflación creciente y sostenida promovieron la instalación de un dispositivo de individuación represiva que consagra a la competencia como épica beligerante del sí mismo al mismo tiempo que multiplica la fragmentación social, sembrando un vínculo de sospecha y resquemor intersubjetivos. Una sociedad de individuos recelosos y resilientes, que se conciben como empresarios de sí mismos en un estado de competencia continua, sin incentivos para recrear atisbos de comunidad. Emprendedores amantes de la incertidumbre, como los calificó con inadvertido cinismo un Bullrich que no es Pato. Y esto no afecta solamente, aunque si predominantemente, a los sectores populares; en un sentido profundo, filosófico, todos somos monotributistas.

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En ese paisaje de Rulfo el discurso de Milei viene a reivindicar el esfuerzo personal y solitario que diariamente me diferencia de los otros, fortaleciendo una ética de la batalla individual sólo extensible a los vínculos primarios, y para la cual todo beneficio derivado de instituciones colectivas de bienestar, por supuesto, es “casta”. De ahí que Milei puede combinar sin desafinar notas anarquistas, liberales y conservadoras, dado que refuerzan la idea del despojo y de que, en última instancia, gobierne quien gobierne, siempre hay que laburar más duro. Milei puede ser pro vida, defensor acérrimo de la propiedad privada, crítico de la “ideología de género” y proponer la eliminación del Banco Central y el CONICET porque la clave está en la radicalidad de sus propuestas como reivindicación del precariado y reconocimiento de su lucha solitaria y anónima.

75, 89, 23: el nuevo film de la argentina inflacionaria y sus salidas dramáticas por derecha.

3 – Esto no fue (es) una elección de tres tercios

La evidencia de la aritmética electoral envilece la sociología política del asunto. No son tres tercios porque el 47 % del electorado votó por la estrategia de detonación violenta del régimen político/institucional vigente. Sin remilgos, “dinamitar” fue la metáfora seleccionada para referirse a reformas pro mercado drásticas y profundas sin mediaciones institucionales y respaldadas por un punitivismo recargado.

El otro dato relevante es la distribución territorial del voto, Milei ganó a ambos lados de la grieta: en las provincias productivas y en las parásitas, parafraseando la retórica Cambiemita en su inflexión populista de derecha. Justamente allí se puede ir a buscar un umbral: Macri encontró a su pueblo en su radicalización gorila post PASO de 2019 en las plazas del “sí se puede”; hubo allí un pueblo anti casta que reapareció en las marchas anticuarentena de la pandemia y encontró su mesías en Javier.

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Por ambas razones, el consenso detonador y la Argentina pintada de púrpura, es que la PASO del león se parece más a una ola que a un dique; ¿podrán revertirla las estrategias de los competidores y la incorporación de votantes? No parece, ni por como pinta ni por los antecedentes.

Milei ganó en La Pampa y en La Rioja, en Córdoba y en Santa Fe, de Ushuaia a La Quiaca… Los gobernadores celestes desdoblaron y anticiparon así como los precandidatos amarillos despedazaron su coalición desdibujando sus márgenes y mancillando los “valores del cambio”. Todo esto en la convicción de que el modelo de gobernabilidad representativo pero estéril que nació hace más de una década continuaría su anodino equilibrio entre ajustador y compensatorio.

Pero no pasó.

Imagen de apertura: “Oppenheimer” de Nolan, obviamente.

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