Un nombre que hace referencia a un manual de varios volúmenes donde se describen millones de compuestos orgánicos. En definitiva, esperaba que se produjera un poco de todo. Ahora bien, si hubieran aparecido muchos productos en cantidades ínfimas, el experimento no hubiera sido más que una lastimosa pérdida de tiempo. Pero no fue así. Unos pocos aparecieron en cantidades considerables. Los dos químicos las reconocieron como pertenecientes al grupo de los ácidos carboxílicos. Esto no nos dice nada, pero si recordamos que los aminoácidos pertenecen a este grupo la cosa cambia. No obstante Miller no sintetizó aminoácidos. 

Sólo en ensayos posteriores, tras modificar el diseño del experimento, los aminoácidos decidieron aparecer. Mas a pesar de esta sutil dependencia de las condiciones del experimento, debemos tener en cuenta un dato fundamental: la aparición de aminoácidos, los ladrillos básicos de la vida, no fue debida a contaminación orgánica. Después de la muerte de Miller en 2007, algunos científicos examinaron viales sellados que se habían conservado de los experimentos originales, y pudieron demostrar que en realidad había presentes más aminoácidos de los que Miller informó en sus artículos. 

Este experimento inspiró a muchos otros científicos. En 1961, el español Joan Oró descubrió que la adenina -una de las bases del ADN– podía obtenerse a partir de cianuro de hidrógeno (HCN) y amoníaco en una solución acuosa. Su experimento produjo una gran cantidad de adenina, cuyas moléculas se formaron a partir de 5 moléculas de HCN. Y no solo eso, sino que en esas condiciones se forman muchos aminoácidos a partir del HCN y amoníaco. 

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