Desde la década de los 80 del siglo pasado, una amenaza ambiental desconocida hasta entonces empezó a alarmar a la sociedad. A partir de 1985, y especialmente a lo largo de las dos décadas siguientes, llegó a ocupar cabeceras de la prensa: se había detectado un enorme agujero en la capa de ozono, en la Antártida.

Rápidamente, se popularizaron una serie de términos relacionados con este suceso: ‘clorofluocarburos’, ‘calentamiento global’ o ‘cambio climático’, aunque no todo el mundo comprendía con exactitud su significado o cómo se interrelacionaban esos términos.

La capa de ozono

La capa de ozono u ozonosfera, es una zona de la atmósfera terrestre que se extiende entre los 15 y los 35 kilómetros de altitud. A diferencia de otras capas definidas de la atmósfera —como la troposfera, la estratosfera, la mesosfera, la termosfera o la exosfera, que son definidas en función de diversas variables, y entre las que se pueden encontrar límites más o menos claros: tropopausa, estratopausa, etc.—, la capa de ozono es un área más o menos difusa localizada en la región baja de la estratosfera.

Lo que caracteriza a esta zona, como su nombre indica, es su elevada concentración del gas ozono, una molécula formada por tres átomos de oxígeno, con la capacidad de absorber la radiación ultravioleta. De hecho, absorbe entre el 97 y el 99 % de la radiación ultravioleta de alta frecuencia procedente del sol.

En las regiones más bajas, el ozono es producido por tormentas eléctricas, y cuando su concentración es demasiado alta puede ser un contaminante —aunque mucho menos que en la estratosfera baja—. Esto se debe a que se trata de una sustancia altamente reactiva y muy oxidante. Tanto, que se emplea para esterilizar estancias y herramientas.

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