Un fruto de coco puede pesar hasta un kilo y medio. La piel gruesa y de color amarillo o verdoso conforma el epicarpo del fruto; debajo se encuentra el mesocarpo, formado por fibras firmes y densamente entrelazadas unas con otras, generando un tejido esponjoso. Estas fibras se utilizan en algunos lugares como fertilizante, no solo por la gran cantidad de nutrientes que aporta a la tierra, sino también por su capacidad de adsorber agua.

Por debajo de estas fibras, se encuentra el endocarpo, duro, coriáceo, que protege la semilla que encierra en su interior. Este endocarpo es, de hecho, la cáscara del coco que nos encontramos en la tienda. Tiene tres hendiduras circulares en su extremo, denominados micropilos, dos de ellos ciegos, y otro funcional. Bajo él, se encuentra anclado el diminuto embrión.

Profundizando aún más abajo de esa cáscara, se encuentra una fina piel de color marrón de unos 4 o 5 milímetros de espesor, que es la cubierta de la semilla, y en su interior, la parte comestible del coco, el endospermo, que presenta dos fases, una sólida, blanca y carnosa, y la otra líquida y acuosa, lo que comúnmente se denomina “agua de coco”.

Cocos verdes

Cocos verdes en su palmera.

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