En la antigua cultura nórdica se celebraba el Yulë, una fiesta en honor a los dioses de Asgard, que coincidía con el solsticio de invierno. Una de las costumbres era adornar un roble con manzanas. El roble honraba al dios Thor, protector de la humanidad, mientras que las manzanas se presentaban en honor a la diosa Idunn, quien empleaba este fruto para conceder el don de la inmortalidad a los dioses.

Se dice que Bonifacio, un monje benedictino inglés, en el siglo VIII, cuando llegó a Hesse, Alemania, y conoció este rito pagano, taló el roble y lo sustituyó por un abeto, que por su  forma triangular pretendía representar la Santísima Trinidad cristiana. Mantuvo el adorno de las manzanas, pero como símbolo del pecado original, y añadió velas que simbolizaban la luz de Jesús. 

Hoy las manzanas han sido sustituidas por bolas de colores y las velas por luces eléctricas; por lo demás, los árboles navideños modernos no han cambiado demasiado.

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