Especies, como los lirios de fuego del género Cyrtanthus, en Sudáfrica crecen y se mantienen entre fuego y fuego, pero solo florecen unos días después del paso de un incendio. Es decir, en estos casos, el fuego estimula la floración.

Otras plantas, cuyas semillas se encuentran encerradas en estructuras duras y coriáceas, se mantienen en el dosel arbóreo durante mucho tiempo, donde la germinación es imposible. Sin embargo, cuando el fuego llega y arrasa las copas de los árboles, estas estructuras estallan como palomitas de maíz, y liberan las semillas, que son resistentes al fuego. Esta condición, en la que la planta necesita del fuego para liberar sus semillas, se denomina en botánica serotinia, y, es característica de algunas especies de pinos, cipreses y píceas, entre otras.

Finalmente, también hay especies que florecen y liberan sus semillas sin la necesidad del fuego, pero en las que las semillas, acumuladas en el suelo, no pueden germinar. Permanecen en un estado de latencia que solo el fuego puede romper. Cuando el incendio pasa, las semillas son activadas –ya sea por acción física o química–, y germinan. Este tipo de pirofilia se encuentra en algunas leguminosas, como ciertas especies de genistas y acacias.

El fuego sigue siendo fuego

El comportamiento pirófito de algunas especies de plantas es un suceso real, pero no por ello debemos alimentar el fuego. En la naturaleza, el fuego es un actor más, como los animales herbívoros, los virus o los hongos. En los entornos naturales, las zonas más propensas a sufrir incendios suelen tener poblaciones más pirófitas y normalmente los fuegos que se forman suelen estar autolimitados. Mientras que las zonas en las que el fuego no es habitual, la vegetación no presenta este tipo de adaptación.

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Los seres humanos, con nuestra actividad, hemos alterado esos patrones, esos ritmos naturales y esas comunidades. Modificamos la composición de esos ecosistemas de muchas maneras. Eliminamos o desplazamos especies, introducimos otras nuevas, deformamos las redes tróficas, alteramos los ciclos biogeoquímicos y los patrones de sucesión de la vegetación; y también cambiamos el régimen natural de los incendios.

Debemos recordar que en España, más del 80% de los incendios forestales con origen confirmado son provocados por la actividad humana, y solo un 5 % se sabe que son de origen natural. Esos incendios, la mayoría de los cuales suceden en zonas que no están adaptadas a los regímenes de fuego, favorecen a las especies pirófitas y tienden a eliminar el resto de la vegetación, lo que implica un cambio en la composición del ecosistema, una pérdida de biodiversidad y un empobrecimiento del medio natural.

Referencias:

Amacher, G. S. et al. 2005. Not Getting Burned: The Importance of Fire Prevention in Forest Management. Land Economics, 81(2), 284-302. DOI: 10.3368/le.81.2.284

Bond, W. J. et al. 1996. Fire, competition and the organization of communities. En W. J. Bond et al. (Eds.), Fire and Plants (pp. 148-187). Springer Netherlands. DOI: 10.1007/978-94-009-1499-5_7

Martell, D. L. 2007. Forest Fire Management. En A. Weintraub et al. (Eds.), Handbook Of Operations Research In Natural Resources (pp. 489-509). Springer US. DOI: 10.1007/978-0-387-71815-6_26

 

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