Tradicionalmente se dice que este es el primer hueso de dinosaurio descubierto, lo cual es más que probable. De hecho, esa figura ha llegado hasta hoy y tiene semejanzas con los extremos de fémures de dinosaurios. Hubo menciones anteriores a huesos de gigante -como la del valenciano Vicente Mares en su obra “La Fénix Troyana”– pero sin figuras que puedan demostrar tales hallazgos. Así que al menos éste estaba figurado y permite reconocerlo como un fragmento de fémur de dinosaurio. Lo que no está tan claro es que perteneciera, como suele decirse, a Megalosaurus.

Alrededor de 1815, aparecieron más huesos fósiles de un animal parecido en Stonesfield, que acabaron en manos de William Buckland antes de 1818. Aquel enigmático material consistía en un fragmento de mandíbula con dientes, unas pocas vértebras, costillas, y huesos de las piernas y de la pelvis. Sabemos que en1818 los tenía en su poder por la visita que recibió del naturalista francés Georges Cuvier, que se interesó mucho por estos huesos. Cuvier los comparó con otros huesos procedentes de Normandía. Ambos llegaron a la conclusión de que estos huesos pertenecieron a una especie de lagarto o cocodrilo extinto. Y que, por lo tanto, la Tierra había sido habitada por reptiles gigantescos en el pasado. ¡Buena puntería tuvieron!

Buckland presentó su descubrimiento en una conferencia de la Sociedad Geológica en 1824, en la que presentó a este lagarto singular y gigantesco, al que le estimó unos 12 metros de longitud, y al que llamó Megalosaurus. Además, propuso que estos grandes reptiles habían vivido en un ambiente fluvial y lacustre. Sin embargo, no le dio nombre específico, se quedó en género, y fue Gideon Mantell quien le añadió el epíteto específico que todos conocemos en honor a Buckland: Megalosaurus buckladii tres años después, en 1827.

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Y con esto, damos un salto a 1990. En aquella extraña petición a la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica, se sugería que el género Megalosaurus debería considerarse sinónimo de ‘Scrotum’, por prioridad cronológica. Según las normas de nomenclatura, cuando se han dado dos nombres diferentes a una especie o género, prevalece el más antiguo. Y ya que Megalosaurus fue descrito en 1824, pero ‘Scrotum’ fue acuñado en 1763, se proponía este cambio. Los autores de esta petición fueron los paleontólogos Lambert Beverly Halstead y William Anthony Swithin Sarjeant, que lamentablemente ya fallecieron y nunca podremos preguntarles si aquello fue en realidad una especie de broma. La Comisión, por supuesto, consideró que ‘Scrotum humanum’ era lo que en nomenclatura zoológica llamamos un nomen dubium, nombre dudoso, ya que las figuraciones de Plot y Brookes no permiten llegar a identificar a nivel de género o especie aquel fragmento de fémur, y el fósil original se perdió a lo largo de las décadas.

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