Curiosamente la solución la había proporcionado en 1957 un físico italiano llamado Bruno Pontecorvo. Siete años antes, el 31 de agosto de 1950, mientras estaba de vacaciones en Italia, viajó repentinamente a Estocolmo con su mujer y sus hijos. Al día siguiente agentes del KGB les ayudaron a entrar en la Unión Soviética por Finlandia, donde fue recibido con honores. En la URSS recibió los privilegios que esta sociedad, supuestamente socialista e igualitaria, tenía reservado para la nomenklatura, los funcionarios de más alto rango. 

Pontecorvo demostró tener una intuición física incomparable, sobretodo en el campo de los neutrinos. Entre otras ideas geniales, Pontecorvo planteó que quizá podían cambiar de traje y convertirse en otros tipos de neutrinos, un fenómeno conocido como la oscilación del neutrino. Las reacciones nucleares en el interior del Sol producen neutrinos  electrónicos, por lo que el equipo de Davis solo detectaba ese tipo. ¿Pero y si durante su camino a la Tierra cambiaba, convirtiéndose en alguno de los otros dos? Esa era la única explicación posible, pero se necesitaba demostrar experimentalmente.

Eso llegó en 1998 de la mano del físico japonés Takaaki Kajita: descubrió que cuando los rayos cósmicos golpean la atmósfera terrestre los neutrinos muónicos que se generan ‘cambian de traje’, oscilan, antes de alcanzar el detector colocado bajo el monte Kamioka, en Japón. Era la confirmación experimental que todo el mundo estaba esperando. Los neutrinos nos van a decir por dónde se puede mover la futura física de partículas”, comentó entonces con satisfacción José Bernabeu, del Instituto de Física Corpuscular y uno de los mayores expertos en neutrinos de España; no por nada se ganó el sobrenombre de Don Neutrino.

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