Lo más llamativo de esta fe, y que no encontramos en ninguna otra comunidad religiosa, es que sus fieles aceptan, e incluso celebran, la naturaleza internamente inconsistente de su tradición. Esto es posible porque creen que la verdad o la realidad no se puede encapsular en ninguna creencia: como suelen decir muchos hindúes en sus oraciones, «que los buenos pensamientos nos lleguen de todos lados». Dicho de otro modo, la verdad es de tal naturaleza que debe buscarse por diferentes caminos y nadie la puede reclamar como si fuera un dogma. Por eso, para un hindú cualquier opinión sobre la verdad, incluso la de un gurú -a quien se le considera que tiene cierta autoridad superior-, está condicionada por el tiempo, la edad, el género, el estado de conciencia, la posición social, la ubicación geográfica… No es de extrañar que para ellos la tolerancia sea la principal virtud religiosa.

Para sus practicantes el hinduismo recibe el nombre de Sanatan Dharma («orden eterno» o «camino eterno») y entienden los preceptos tal como se establecen en las escrituras conocidas como los Vedas, y tienen a Brahman como el Principio Universal Supremo, la primera causa material y el final de todo aquello que existe.

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