Brutal en sus características y brutal en sus resultados, aparecieron como casos aislados. Luego, comenzaron a repetirse en serie. Uno tras otro. Arrancaron allá por 2016 y siguieron.

Tanto es así que se dispuso que una fiscalía aglutine todas esas investigaciones.

Hoy, los “ataques piraña” conforman un fenómeno que llegó a Córdoba para quedarse.

Los ejecutan jóvenes que, en segundos, aparecen de la nada, rodean a la víctima en la calle, la golpean y le roban lo que encuentran. Es “el picoteo”.

Quienes lo sufrieron o vieron algún hecho de estos saben bien de qué se trata. Nueva Córdoba y el parque Sarmiento son los sitios donde más se repiten. Pero en absoluto son los únicos.

Como si el fenómeno no fuera lo suficientemente grave y preocupante, en las últimas horas la Policía de Córdoba denunció que hubo una serie de falsas llamadas al 911 sobre “ataques piraña” en serie en Nueva Córdoba, acompañadas con la viralización de videos.

Desde la fuerza de seguridad aceptan la existencia del fenómeno, pero insisten en que hubo una “mano negra” al denunciar en falso y en serie. La causa ya está en manos de una fiscalía para ver qué pasó y pintar dedos si es necesario.

Desde el Ministerio de Seguridad sospechan de una maniobra política.

En paralelo a la investigación abierta, desde la misma Justicia reconocen que el fenómeno se expande, como tantos otros delitos.

Y ahí vamos.

Yendo al fondo del asunto, los “ataques piraña” conforman un capítulo más de toda la cadena delictiva que nos viene pegando en Córdoba.

Desde hace largos meses (largos), se padece en Capital y en el interior un recrudecimiento de la inseguridad. Hablamos de una inseguridad que se extiende en un amplio abanico: asaltos domiciliarios, robos callejeros, víctimas baleadas, golpeadas, apuñaladas, tajeadas, patoteadas, amenazadas. Y no sólo por “pirañas”. Las bandas acechan ya sea de a pie, en motos o en coches (robados o propios).

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Todo cuenta a la hora del “caño” o del saqueo: un hogar, una fábrica, un comercio, una escuela, un comedor solidario, un colectivo lleno de pasajeros, un auto en movimiento o detenido, una moto circulando o parada en el semáforo, una bicicleta, ruedas, celulares y, por cierto, ahorros.

El abanico se completa con el “robo rapiña”: cuando se roba lo que queda de lo que no se ha robado antes. Hablamos de los cables, las bocas de tormenta, los medidores.

En eso está Córdoba. En esta realidad donde vuelven a repetirse marchas de protesta barriales porque no se ven balizas azules y, si aparecen, es porque hubo un asalto serio.

Tardes atrás, hubo una protesta importante de varios barrios de zona sur de la Capital. El detonante fue que motochoros balearon a un pibe que iba al colegio, para robarle la mochila. El violento asalto ocurrió frente a una plaza que colecciona desgracias causadas por el delito, como es la de Santa Isabel.

Fue una marcha realizada luego de otra similar efectuada, a su vez, en la zona norte, también por una sucesión de robos.

Fue una marcha como la que detona ahora en Colonia Tirolesa, tras el salvaje asesinato –impune aún– de un productor rural en el marco de un robo.

El homicidio de Norberto Muñoz no es un crimen por inseguridad aislado este 2022 en Córdoba. Ya hubo al menos otras tres víctimas fatales en asaltos: un playero en la Capital, un jubilado en Río Cuarto, un ferretero en San Francisco.

A esas muertes hay que agregar este año otros siete decesos de delincuentes (o intrusos) baleados en episodios de inseguridad, a manos de policías y de vecinos.

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A ese listado que mete miedo hay que añadir también el caso del joven que fue secuestrado en Traslasierra y que apareció asesinado, tras ser torturado. Otro caso todavía impune.

El delito no deja de ser cosa seria en Córdoba.

Es un tema social, socioeconómico y político. Pero político en serio. No cuando se mezclan las miserias para sacar tajadas, sea del lado que sea.

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