Según la teoría de tectónica de placas, estas se mueven muy lentamente sobre el manto terrestre. Tanto cuando dos placas divergentes se separan entre sí, y nueva corteza surge en medio de ellas; o cuando chocan (convergentes) y una de ellas subyace a la otra, aumentan las posibilidades de que se produzca una erupción, ya que se pueden crear caminos que facilitan que el magma llegue a la superficie. Además, los volcanes también pueden crearse en zonas llamadas hotspots, que no están situadas en los límites entre placas sino en medio de estas, dando lugar a lo que se conoce como  vulcanismo intraplaca. 

En los tres casos, el proceso geológico del proceso eruptivo es el mismo. Todo depende del equilibrio entre dos fuerzas, la presión litostática, que ejerce la corteza terrestre en dirección hacia el núcleo y la presión del magma, que contrarresta a la primera. La presión del magma puede incrementar al formarse burbujas de gas, que suben hasta la zona colindante con la corteza terrestre y explotan con fuerza, al ocurrir esto con muchas burbujas al mismo tiempo, la corteza explota como si se tratara de una bebida gaseosa agitada. También puede darse el llamado efecto de descarga, normalmente provocado por corrimiento de tierra o la fundición de grandes glaciares, que hace disminuir la presión litostática, permitiendo que la cámara magmática se abra camino hacia el exterior. Algo que preocupa a los geólogos, ya que el deshielo producido por el cambio climático podría desembocar en un incremento de la actividad volcánica a nivel global.

Ni el momento de las erupciones ni su duración son fáciles de predecir. Sin embargo, los vulcanólogos no dejan de investigar con nuevas tecnologías para poder evitar daños irreparables.

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