El matrimonio visitó decenas de volcanes en la década de los 70 y los 80, poniendo sus vidas en peligro en múltiples ocasiones, siendo conocidos por ser los primeros en llegar a muchas erupciones y los últimos en abandonar el lugar. Cuando estuvieron quince días tomando mediciones en la cadena de volcanes Virunga en la República Democrática del Congo llegó a describir su estado emocional con las siguientes palabras: “es como si estuvieses en las entrañas de la Tierra. Yo no eres nada. Es una sensación muy agradable: no eres nada cuando estás cerca de un volcán”. Y así fue, todo se torció en 1991.

En junio de ese año fuero a documentar las erupciones en el Monte Unzen (Japón), junto con su colega Harry Glicken. Estuvieron a punto de abandonar, pues las condiciones meteorológicas y los impedimentos gubernamentales no les permitía hacer su trabajo. Justo cuando estuvieron a punto de irse a Filipinas para atender la erupción del Pinatubo, decidieron intentar de nuevo un acercamiento a Unzen. En torno a las 16 h la mitad del domo colapsó, con unos 500 000 metros cúbicos de roca. La corriente piroclástica alcanzó la localización de los Kraffts sin que tuviesen tiempo de ponerse a salvo. Cuarenta y tres personas murieron, entre ellos taxistas, bomberos y periodistas. Fue el final para Katia Krafft, Maurice Krafft y Harry Glicken. Lo cierto es que a pesar de las medidas de seguridad, perdieron el miedo a la muerte, si es que alguna vez lo tuvieron. Cuando una vez le preguntaron a Maurice sobre qué sentía ante las erupciones contestó: “lo mismo que tú sientes ante una erección”. Y lo dejó muy claro, posiblemente hablando por los dos:

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«Con todos los riesgos que corremos, sería una verdadera lástima morir en nuestras camas».

 

 

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