Eduardo Bazo ha recogido una series de historias que relacionan la botánica con la comida, en un riguroso e interesante libro de más de 500 páginas. En el capítulo “Un menú plagado de sabores exóticos”, habla de helechos. Nos cuenta Bazo que el naturalista prusiano Alexander von Humboldt se hacía ya eco en 1799 de que en las Islas Canarias se consumía helechos. En palabras de Humboldt:

“[…] la raíz de Pteris aquilina sirve de alimento a los habitantes de La Palma y La Gomera; la rayan hasta convertirla en polvo y la mezclan con un poco de harina de cebada”.

En la cueva sepulcral de Roque Blanco (Tenerife) si hizo un descubrimiento revolucionario que arrojó luz al respecto. Mediante el análisis del contenido intestinal de un adolescente guanche, se pudo advertir la presencia de semillas de pino, harina de cebada y harina de raíz de helecho. Lo cierto es que no nos parece común la harina extraída de los rizomas de helechos, a pesar de que en la Península Ibérica Pteris aquilinia es una especie muy abundante. Si se ha visto que ha sido frecuente su uso en diversas partes del mundo. Dice Eduardo Bazo en Con mucho gusto:

“Tal como apuntan los trabajos de numerosos antropólogos e investigadores, las tribus que consumían helechos sufrían una manifiesta escasez de recursos alimentarios […] por lo que la incorporación a la dieta de estos elementos vegetales […] vendrían a conformar el plato principal de un menú de emergencia (y subsistencia) con el que sobrellevar un período de hambrunas”.

Hoy sabemos la razón de su falta de uso: contiene ptaquilósido, una toxina que causa intoxicaciones frecuentes en animales domésticos e, incluso, la muerte. Además, la tiaminasa causa alteraciones en la absorción de vitamina B1. No coma helecho.

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