Para tratar de poner solución a este dilema aparente es necesario comprender las tendencias temporales de la productividad dentro de los paisajes agrícolas; entender qué se está haciendo bien, para potenciarlo; y qué se está haciendo mal, para evitarlo. 

En Europa es particularmente importante lo que sucede en las zonas mediterráneas, como la mayor parte de España. Por un lado, en estos entornos se produce una gran parte de los recursos agrícolas del continente, sobre todo, frutas y hortalizas; y por otro, toda el área mediterránea ya sufre los cambios más drásticos, que se manifiestan sobre todo en el abandono de algunas zonas agrícolas y la intensificación de otras. 

Esta intensificación puede adoptar varias formas. En algunos casos, supone un aumento del tamaño de los campos de cultivo, con la consiguiente reducción del entorno semisilvestre y silvestre anexo. También destaca el aumento de la tendencia al monocultivo, que reduce la diversidad del campo de cultivo, y por extensión, la del ecosistema circundante. El aumento del uso de fertilizantes, plaguicidas y maquinaria son, también, formas de intensificación agrícola, con evidente impacto ambiental.

Campos

Campos de menor extensión total, con vegetación silvestre en sus márgenes, ayuda a la conservación de la biodiversidad

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