Así, habiendo descartado aquellas luminarias cuyas órbitas pasan por el halo de la Vía Láctea, hallaron 18.000 estrellas antiguas. La conclusión es que estas formaban parte de una protogalaxia cuyo diámetro alcanzaba los 18.000 años luz, y cuya masa era de 50 a 200 millones de veces la masa del Sol.

Este es el núcleo original de nuestra Vía Láctea. La protogalaxia se formó cuando varios grandes grupos de estrellas y gas se conglomeraron hace mucho tiempo, antes de que surgiera el primer disco de la Vía Láctea, el llamado disco grueso. Se trata de una protogalaxia compacta, lo que significa que pocas cosas la han perturbado todos estos miles de años desde su formación.

Es curioso, porque el análisis de esta protogalaxia nos aporta datos como que las estrellas más antiguas de la proto-Vía Láctea apenas giran alrededor del centro de la galaxia, sino que se sumergen dentro y fuera de él, mientras que las estrellas ligeramente más jóvenes muestran cada vez más movimiento alrededor del centro galáctico.

Los autores bautizaron este último artículo científico como: «El pobre viejo corazón de la Vía Láctea», un titular que ha recibido todo tipo de elogios en Twitter, calificándolo como “el título más poético de un artículo científico en mucho tiempo”.

Así, aun cuando nuestra galaxia está girando rápidamente en nuestros días, este trabajo pone sobre la mesa que la Vía Láctea comenzó como una modesta protogalaxia cuyas estrellas siguen brillando a día de hoy y que podemos estudiar para conocer un poco más sobre el nacimiento y evolución iniciales de nuestro pequeño hogar en el universo.

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