¿Por qué sudamos?

Quizá no sepamos exactamente lo que es el calor, pero lo que es indudable es que por su culpa podemos a llegar a sudar como gorrinos. Todo es por culpa de ser animales de sangre caliente. Nuestro metabolismo, las reacciones químicas que hacen funcionar nuestro cuerpo, son muy sensibles a la temperatura y por tanto debemos tener un buen mecanismo termorregulador. De ahí que sudemos.

La mayoría de los mamíferos sudan por la mucosa nasal, por la lengua y la boca. Nosotros lo hacemos distinto. Regulamos la temperatura con cinco millones de glándulas sudoríparas repartidas por la piel, de forma que disipamos el 95% del calor generado por el cuerpo cuando rebasamos la temperatura normal de funcionamiento. El sudor unido al aire exterior produce un efecto refrigerante. Cuanto más seco sea el aire y más rápidamente incida, más refrigera.

Al parecer, sudar, correr –el ser humano es capaz de dejar atrás a cualquier animal cuando se trata de distancias largas- y tener un cerebro grande están relacionados. Hace millones de años un cerebro grande permitía al Homo Erectus correr durante mucho tiempo, incluso bajo el ardiente sol del mediodía: al sobrarle células nerviosas disminuía la probabilidad de que su cerebro sufriese daños por el calor.

Así que sudar es bueno, pero no lo es tanto si una tarde calurosa nos toca tomar el autobús urbano en hora punta. Con el calor y repleto de gente se convierte en un lugar perfecto para apreciar en toda su intensidad el olor corporal. Un olor que, a pesar de las apariencias, no es producido directamente por el sudor.

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El problema del olor axilar es debido a que en esa zona se conjugan el calor y la humedad, dos factores claves para el desarrollo de una importante flora bacteriana. Son estos diminutos huéspedes, que viven, proliferan, mueren y se descomponen en las axilas, los culpables del olor que atufa los transportes públicos en verano.

Por cierto, no sólo las bacterias hacen que los pies huelan a queso. Hace unos años, en Estados Unidos, se encontró que algunas alfombras de una nueva marca olían a orín de gato. Tras los oportunos análisis se descubrió al culpable: ciertas bacterias emisoras de ácido butírico, cuyo olor se parece mucho al de la orina.

Ya lo sabes. El sudor no huele. La culpa es de los polizones que todos llevamos encima…

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