Escriba el nombre de las personas amadas en el cielo. Nicole Kidman puso el nombre de Forever Tom a una estrella para el que entonces era su esposo, Tom Cruise. Winona Ryder inmortalizó a su amigo Johnny Depp con la estrella Jun. Dede 1979 una empresa norteamericana se dedica a poner el nombre que usted quiera a una de las estrellas del cielo por un precio que oscila entre 54 y 154 dólares.

Y eres muy libre de hacerlo y así puedes hacer el panoli como nuestros famosos patrios Chenoa, Bisbal, Andy y Lucas o el presentador Jesús Vázquez. No se puede negar que la idea, como negocio, es estupenda. La provisión de materia prima es enorme. Y más importante, gratuita: sólo en nuestra Vía Láctea tenemos cien mil millones de estrellas. Lo curioso es que ninguna de las empresas dedicadas a tan romántica idea tiene derecho a hacerlo, al menos de manera oficial, aunque editen un libro con la relación de todos nombres “asignados” y lo envíen a la famosa Biblioteca del Congreso de EE UU o lo guarden en una caja de seguridad en Suiza. No saldrá de ahí porque, no nos engañemos, las estrellas ya tienen su nombre.

Las más brillantes fueron bautizadas por los astrónomos de la antigüedad, como Antares, Deneb, Albireo o el más llamativo Zubenelgenubi. El resto de las que podemos ver a simple vista, unas 6.000 en una noche oscura, se las llama con una letra griega (a veces un número) y el nombre de la constelación a la que pertenecen en latín: Ómicron 2 Canis Majoris (o2CMa). El resto, si han sido convenientemente registradas, llevan el nombre asignado en el catálogo en que aparecen, como HR 2491. No suena muy romántico, pero son sus verdaderos nombres.

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La Unión Astronómica Internacional (UAI), fundada en 1919 para fomentar la colaboración internacional entre astrónomos, dispone de 40 comisiones independientes que dan nombre a todos los objetos pertenecientes a sus respectivas áreas. Por ejemplo, la Comisión 27 se ocupa de las galaxias y las estrellas, mientras que la Comisión 5 es la que da nombre a cometas y asteroides, de los que hay un buen puñado esperando ser bautizados. Este honor corresponde al descubridor que debe ser aprobado por el Comité sobre Nomenclatura de Planetas Menores de la UAI. El astrónomo puede pensárselo porque tiene hasta diez años para proponer uno. Después de ese plazo, cualquiera podrá hacerlo.

Al principio recibían un nombre femenino prestado por la mitología clásica, pero pronto se agotaron. Después los descubridores empezaron a escoger personajes de las obras de Shakespeare o de las óperas de Wagner convenientemente feminizados, sobre todo si los asteroides se encuentran entre Marte y Júpiter. Cuando también esos nombres se agotaron, aparecieron nombres de sus esposas, amantes, colegas astrónomos, amigos… El astrónomo estadounidense E. E. Barnard, descubridor de 5 satélites de Júpiter, ha sido honrado con Barnarciana (819), y su esposa Rhoda también entró en escena cuando el 907 recibió su nombre. El corredor olímpico finlandés Paavo Nurmi tiene el suyo y los músicos Mozart, Debussy y Leonard Bernstein, así como todo un surtido de lagos y ríos japoneses, los millonarios Rockefeller y Carnegie, el acorazado Potemkin, los Beatles, Spielberg, Lenin y, cómo no, Elvis.

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