Hoy es 22 de marzo, el día internacional del agua. En su estado puro, el agua es incolora; al menos cuando se trata de un pequeño volumen. Sin embargo, cuando queremos medir la huella hídrica, es decir, el indicador general del uso de agua dulce por parte de usuarios, consumidores y empresas, se aplica una escala de colores asociados con el agua dulce, en función de sus características, origen, calidad y uso.

Los colores para designar los distintos tipos de agua dulce son cinco, aunque dos de ellos no tienen aplicación en la medición de la huella hídrica.

El agua azul

Es el agua que se mueve por el suelo o bajo él, en dirección al mar. El agua que encontramos en los ríos y arroyos, lagos, lagunas, embalses y acuíferos es agua azul. El agua azul puede reutilizarse. Si se extrae agua de un embalse o un pozo, y se emplea de algún modo que regrese de nuevo a la misma masa de agua superficial sin contaminar, volverá a ser agua azul.

El agua verde

Se trata del agua retenida por el suelo y recogida por las raíces de las plantas. En su interior, contienen una columna de agua continua que conecta las raíces con las hojas. Parte de esa agua la incorporan en su metabolismo y en la producción de nuevos tejidos, y otra parte la devuelven a la atmósfera en un proceso llamado evapotranspiración. Toda ella es agua verde.

A diferencia del agua azul, fácilmente aprovechable para la industria y el uso doméstico, el agua verde solo puede utilizarse en la producción agrícola. Se estima que hasta el 60 % de los flujos de agua dulce son de tipo verde.

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Erróneamente, se asimila con frecuencia el agua verde con el agua de lluvia. Es cierto que la mayor parte del agua que obtienen las plantas procede de la lluvia, sin embargo, en el ciclo del agua, la precipitación también es causa de la escorrentía, que forma parte del agua azul.

 

El agua blanca

Es aquella que no puede aprovecharse de ningún modo. Se trata del agua que, después de la lluvia, no llega a incorporarse a la escorrentía ni a los acuíferos —sería azul— ni tampoco es retenido por las plantas —sería verde—, sino que directamente se evapora.

No suele entrar en los cómputos de la huella hídrica, porque al fin y al cabo no es un agua aprovechable; sin embargo, hay acciones que pueden hacer que un agua de lluvia que originalmente fuese a ser verde o azul, termine siendo blanca. Por ejemplo, un terreno asfaltado y sin desagües puede recibir lluvia que, sin alimentar a ninguna planta, termine formando charcos que se evaporen sin llegar a incorporarse a una masa de agua mayor.

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