Ni qué decir tiene que su descubrimiento ha revelado una cantidad ingente de información sobre el estilo de vida durante el Calcolítico, la Edad de Cobre. De su análisis sabemos que murió hacia 3255 a.C., cuando contaba con unos 45 años de edad. Medía 1,60 m y  pesaba 50 kg, y tenía  artritis, caries, la enfermedad de Lyme (una infección bacteriana que la transmiten las garrapatas y provoca fiebre, dolor de cabeza y de articulaciones) y tenía altos niveles de arsénico en su sistema, probablemente por haber trabajado con cobre. Por la presencia de ciertas marcas en sus uñas conocidas como líneas de Beau los forenses infirieron que estuvo enfermo hasta tres veces en los seis meses antes de morir. El pobre estaba hecho un cuadro.

La presencia de polen reveló que murió en primavera o verano y su última comida consistió en carne de gamuza y de ciervo rojo, algún tipo de cereal (quizá en forma de pan) y de postre, endrinas. Curiosamente también se encontró musgo en su estómago, pero no lo comió como nosotros la lechuga, sino que su ingesta fue accidental: tenía un corte en la mano y se había colocado un apósito de musgo del pantano, pues debía conocer sus propiedades terapéuticas.

La información recogida es inmensa pero lo que a nosotros nos preocupa es la forma de la muerte; ahí es donde está el misterio.

En 2001, las radiografías y una tomografía computarizada revelaron que Ötzi tenía una punta de flecha alojada en su hombro izquierdo, que se correspondía con un pequeño desgarro encontrado en su abrigo. ¿Murió por la pérdida de sangre? La verdad es que era una herida muy grave, incluso para los conocimientos médicos de nuestra época. Se encontró que la flecha había sido movida, como si hubiera intentado sacarla. Tenía moratones y cortes en la mano derecha -uno de ellos en la base del pulgar, que le llegaba hasta el hueso-, muñecas y pecho, además de un traumatismo cerebral producto de un golpe en la cabeza. La hipótesis más plausible es que Ötzi murió desangrado después de que la flecha rompiera la escápula, dañara los nervios y los vasos sanguíneos para acabar alojándose en el pulmón.

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