Se dice que pasado el domingo electoral los más derrotados de todos caminan por las calles como espectros, con gesto de horror y perplejos, llevando un mileitómetro en la derecha para detectar a quienes votaron al Peluca. Esta historia real lo revela todo.

El domingo fue raro.

Aletargado, difuso y apaciguado. Raro.

Apareció el zócalo en la televisión: La sorpresa es Milei.

El estómago hizo un ruido. Una alarma. Una especie de regurgitación. Angustia, pensé. Pero no. Así fue hasta la madrugada. No podía dormir. Tampoco pensar. ¿Qué es esto que pasa?

El lunes me desperté más atento a la información. Decidí quedarme en la cama. Apagué la radio y puse la televisión sin sonido. Quise pensar. Pensar ordenadamente.

Todo fue así hasta que el mismo lunes pasé por la Casa del Dr Scholl y pedí turno con el pedicuro.

-¿Ricardo tiene un turno para hoy?

La señora detrás del mostrador revisó la agenda del pedicuro, “mi pedicuro”, y asintiendo y mirándome a la cara, contestó que sí tenía turno. Para las cinco.

Al pedicuro voy desde hace un poco más dos años. Cuando terminó la pandemia. A los 80 años empecé. Las uñas se habían puesto un poco duras, los pies (por suerte flacos y huesudos) y reconozco que las dos veces antes que me atendió los pies Ricardo me produjo una sensación de placer. Vi mis pies más lindos, más prolijos y armónicos.

A las cinco Ricardo me hizo una seña con la cabeza para que me introdujera en su box, me sacara los zapatos, las medias y, con cuidado, depositara las piernas en ese taburete acolchado y cubierto con una toalla blanca, pulcra y suave.

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-Están bastante bien “los garfios”-, se burló Ricardo, mientras revisaba con cuidado dedo por dedo, uña por uña e iba colocando unos algodones embebidos en agua o desinfectante en los extremos de mi cuerpo.

Mientras exploraba con uno de sus alicates con dedicada atención, agachándose sobre mi pie derecho, desencadenó esta crónica que decidí escribir.

-¡Y, qué tal estás elecciones!-, preguntó Ricardo, el pedicuro, sin sacar la vista de la uña de mi dedo gordo.

Tuve sensación de sorpresa apenas un instante. Con la velocidad del pensamiento (¿cuál es la velocidad del pensamiento?) descarté repreguntarle “¿Y qué tal las elecciones para usted, pedicuro?”.

No me dio tiempo. El pedicuro prosiguió: “Los hicimos pomada a los kirchneristas”.

Entré en pánico.

Si me dejaba guiar por mis impulsos le daba una patada en la quijada aprovechando la posición. Sólo tenía que apuntarle al mentón con mi empeine desnudo. Fue un instante. El pedicuro tenía en su mano derecha una pinza puntiaguda justo introduciéndose en la cutícula de mi dedo meñique, el más pequeño.

“Si me dejaba guiar por mis impulsos le daba una patada en la quijada”.

Hice una breve pausa. El pedicuro no dejó su empeñosa labor de dejar una uña en una impecable redondez. Era casi un escultor, un Miguel Ángel esculpiendo el Moisés.

-La verdad, Ricardo, estoy azorado.

Dije la palabra azorado. No sé por qué dije azorado. ¡¡¡¿Por qué no dije yo soy kirchnerista, grandísimo hijo de puta?!!!

Muy simple, temí que me amputara dos o tres dedos del pie.

El pedicuro alzó la cabeza, corrió su barbijo (usaba barbijo) y mirándome desafiante y perdonando mi vida dijo “Ah…si usted es peronista no sigo”.

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Pensé y luego repetí ese pensamiento hasta diez o quince veces: ¿cómo se te puede ocurrir ser pedicuro? ¿Qué vocación es esa de ser pedicuro? ¿Qué le dijiste a tu mamá o a tu viejo: “Voy a estudiar de pedicuro”? Estaba aturdido, sordo, muerto de miedo. Este pedicuro de delicadas manos, votó a Bullrich y se anima a desafiar a un “paciente” o a un cliente preguntándole qué le parecieron las elecciones. Eso tenía en mi cabeza cuando casi sin darme cuenta y esperando que me dijera que no le pregunté: “¿Usted, Ricardo, votó a Milei?”.

(…)

Pausa corta. Ahora sí, levantó la cabeza, me miró desafiante y alzando una especie de bisturí que sirve para quitar las durezas del pie, me respondió: “Si señor. Yo voté a Milei y a mucha honra”.

Hacía años que no escuchaba esa vieja expresión de “a mucha honra”. Claro, el pedicuro es un hombre de unos sesenta o sesenta y cinco años, con esas frases de peluquería de barrio o de café de esquina capaz de decir “Soy de Chacarita y a mucha honra”. Pedicuro. Eso tenía que ser. Un tipo que se pasa diez o doce horas por día agachado cortándole las uñas a los que ya no podemos llegar a esas extremidades. Un pedicuro.

No puedo dejar de sentirme un tipo jodido. ¿Por qué me la agarro con los pedicuros? Encuentro una excusa. No es contra los pedicuros. No, no es contra ellos y contra las pedicuras, Es contra este sorete que vota a Milei y ahora paso a íontarte sus tres argumentos fundamentales.

1- Soy menemista, es decir, no tengo nada contra los peronistas, al contrario, pero hago esto (voto a Milei) para terminar (dijo terminar) con los kirchneristas. La chorra tiene que estar muerta.

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2- Milei defiende al comerciante que tiene que fundirse si echa a un empleado. Basta de vagos.

3- Macri es el único que podía salvar al país pero se dejó engañar con comunistas como Larreta.

Dijo más cosas que no hace falta que las reitere y que todo ustedes saben de qué tratan.

Conocí por primera vez uno que votó a Milei.

Nunca me había pasado.

Estos días escuché a otros. Claro, si sacó ocho millones de votos.

Pero, no todos están representados por este pedicuro de la Casa Scholl, de la Avenida Santa Fe frente al shopping Alto Palermo.

Quizás mañana intente una nota política sobre el mismo tema.

Hoy, no. Hoy con el pedicuro me alcanza.

Hablé poco (raro en mí, seguramente por el miedo al alicate de cortar uñas), pero algo le dije.

“Mire Ricardo, yo no soy peronista. Apenas voté al kirchnerismo desde el 2005 en adelante. Inclusive, ayer. Y quiero decirle que a un pibe de la Matanza en una de esas lo entiendo, pobre, por haber votado al peor de todos. Pero a usted, no”. Encima, soy comunista.

Pagué los cuatro mil doscientos pesos y me fui.

No hay peor oficio que ser pedicuro. Te la pasas arrodillado a los pies de los que odias.

Saludos.

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